Cómo acabar con todas las guerras
(una propuesta para una posible obrita de teatro)
Aunque no se pueda vivir de la petanca, en el futuro, no se podrá vivir del trabajo. Así que no lo olvide, hay que volver a la petanca.
Hay días en lo que todo se me complica. Trato de acercarme a trabajar, pero el trabajo se aleja. Trato de ser disciplinado, pero aún así siempre ocurre un suceso, algo, que me impide mantener la concentración precisa.
Un hombre con barba. Voy al trabajo dando un pequeño paseo mientras atravieso el parque hasta la estación de tren de Aluche. Siempre ocurre lo mismo; me tengo que encontrar a un hombre de aspecto bíblico, con larga barba blanca, muy alto, saliendo de unos matorrales. Lleva una maleta. Se aproxima a mi, me sujeta del hombro, creo que me va a golpear, me asusto y dice con voz clara y grave "Esto es tuyo".
Hombre de larga barba: Esto es tuyo
Yo: Te equivocas, es tuyo
Hombre de larga barba: No, no, es tuyo
Yo: No, gracias, es tuyo
Hombre de larga barba blanca: Te he dicho que es tuyo
Yo: Pero es que no lo quiero
Hombre de larga barba: Utilízalo bien
El hombre de larga barba blanca desaparece entre los matorrales riéndose a grandes carcajadas, pero a mi no me ha hecho gracia. Ahora tengo que cargar con una pesada maleta hasta el trabajo. Mi ser, que es muy inteligente, me pide que tire la maleta detrás del primer seto que me encuentre. Solo la vergüenza de tirar la maleta como si fuera basura y que alguien me llame la atención, me impide hacerlo. Vuelvo a casa. Siempre hay un motivo que me impide ir al trabajo.
¿Y ahora qué? Tengo la maleta en salón. En su interior encontraré alguna gilipollez. Abro la maleta y descubro un manual que dice "Manual para acabar con todas las guerras". No está mal. Incluye un molde para construir diez mil millones de"dolitas". Al parecer se hacen con harina, y no demasiada. Esto es importante. Voy al diccionario y busco "dolita" pero no existe. Así que construyo uno. Echo harina, agua y espero diez minutos, abro el molde y aparece un hombrecito de 1,30 metros, cejijunto, de color muy amarillo. Abre los ojos y me pregunta donde está.
Dolita: ¿Dónde estoy?
Yo: Bienvenido a Mandril
Dolita: ¿A qué huele?
Yo: No sé, te juro que hoy me he duchado
El dolita se levanta, corre hasta la cocina, revuelve en uno de los cajones, saca un gran cuchillo y se aproxima hacia mi gritando. Yo también grito. Arroja el cuchillo al suelo y salta sobre el, enloquecidamente.
Después el dolita me lo explicó todo mientras nos tomábamos un té, bueno, él no bebe té, ni tan siquiera agua, tampoco come.
Dolita: Tú, ¿qué has hecho? Me has creado de la nada, bueno, con un poco de harina, y ahora mi vida será una tragedia. Estoy sujeto al destino. En cuanto veo un arma en potencia todo mi ser se inclina hacia su destrucción. Es un impulso arrebatador, no puedo evitarlo. Y lo peor de todo es que las huelo y huelen mal.
Yo: ¿Cómo te llamas?
Dolita: ¿Y a ti que te importa? Es mejor que no me cojas cariño. Mi existencia será breve
Yo: A ver...si, en el manual dice que solo vivirás 48 horas
Dolita: Eso parece poco tiempo, pero en fin, es toda una existencia, tengo que vivirla a tope. Cierra la puerta del piso con llave, me gustaría pasar el día en el sofá.
No le hice caso, y cuando pude darme cuenta me abandonó. Se fue desnudo, con lo pequeñito que es, imagino que a destruir armas por ahí. Y ahora no sé que hacer. Es cierto que con el molde para construir dolitas podría fabricar sobre quinientos al día tranquilamente y explotarlos, obligarles a que hicieran las tares domésticas, y venderlos al peso. Pero su corta duración y mi conciencia me lo impiden. Aunque la idea es fascinante, me parece aun más maravilloso la posibilidad de ver a uno de estos hombrecitos arrojarse contra la policía y arrebatarles las armas, adentrarse por los estrechos conductos del aire acondicionado hasta llegar al interior de los silos, donde se encuentran las mortíferas armas nucleares que dispone la gran ciudad de Mandril, y destruirlas como puedan con los dientes.
Yo, ahora, abandono toda escritura, todo hobby, toda fuente de placer, toda relación con las mujeres para convertirme en un demiurgo. Lo abandono todo, salvo el curre, por el tema monetario, exclusivamente, y para poder comprar harina con los que fabricar dolitas. Yo, me convierto en semidios, en un hacerdor de paz.
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