45 años viviendo con los marcianos
Tengo antenas, orejas puntiagudas, nariz de trompeta, polla con forma de sacacorchos y piel verrugosa y verde. Tengo todos los atributos de los marcianos y sin embargo leo libros de hombres. Los marcianos no tienen libros. Si me permiten, les mostraré un retrato mio, bajo la piel de otro:
No sé quién soy, si un hombre o un marciano, o quizá ninguna de las dos cosas, un monstruo, o simplemente la avanzadilla de un nuevo mundo. Lo digo por lo bajo, no sea que me ocurra como al Hombre Elefante de David Lynch, cuando acosado tuvo que gritar ante una masa que le cercaba "¡No soy un animal, soy un hombre!".
Llegué a la tragedia marciana el día en el que participé en uno de esos test de inteligencia que diseñan los hombres y que los marcianos deben responder con el fin de ir situándose en los últimos escalones de la vida social. El test era claro; decía que yo era un marciano, así que tuve que abandonar el mundo de los hombres y todo porque me he dedicado por placer a explorar y potenciar el hemisferio derecho de mi cerebro, el referido a lo imaginativo, un hemisferio poco apropiado para desenvolverse en un mundo de hombres siempre atento a lo reglamentario y lo normativo. Pero nada sirve tener desarrollado el hemisferio derecho en el mundo marciano, allí lo que se precisa son biceps, triceps y cuádriceps bien desarrollados. De ser un marciano en el mundo de los hombres, ahora era un hombre en el mundo de los marcianos.
Para pasar por un marciano observé su modo de hablar y me deshice de algunas palabras de mi vocabulario, me arranqué dientes, imité sus movimientos, sus ojeras y cojeras perpetuas, ese andar como si les pesara y doliera el cuerpo. Me encaminé hacia una existencia entrópica, cargando pesos, sin posibilidad alguna de vislumbrar horizonte luminoso alguno. El futuro no existe en el mundo de los marcianos. No se puede vivir en la incertidumbre sin caer en la angustia. He hablado con ellos y su conversación es un monólogo llamado "¡Ay!" que finaliza con la apertura de una última puerta, la puerta de la nada.
Hay días que mi insatisfacción es permanente, equidistante entre hombres y marcianos, en una tierra intermedia que debería ser un lugar fértil, como esa linde entre sembrados, una delgada linea frágil y rica en diversidad, y sin embargo lo que más abunda allí es la soledad. En esa tierra intermedia, donde hombres y mujeres expulsados del mundo marciano y marcianos expulsados del mundo de los hombres, no se encuentran. Nosotros, los que no nos encontramos, deberíamos ser la avanzadilla de un mundo más atractivo.
Para ser querido necesito que ambos mundos me acojan. Los lunes miércoles, viernes y domingo paso el día con los marcianos. A veces, al salir del taller, voy a tomar cervezas con los marcianos. Nos une la cerveza y un trabajo bastante idiota. El día de la lotería, cuando a seguimos siendo de color verde, sentimos el presagio de que jamás saldremos, de que nuestras existencias no han servido para nada o quizá, han servido demasiado. Servir es muy agotador.
Para ser un hombre tan solo se requiere fortuna, ser un poco hijo de puta y muchísima sensibilidad y viceversa. Hay que ser lo suficiente hijo de puta para aplastar con un dedo a un ser que te está pidiendo la vida y al mismo tiempo llorar de pena. Los martes, jueves y sábados me reúno con los hombres.
Trato de ser aceptado por todos y sin embargo, tengo la sensación de que me encuentro fuera de lugar, como actuando. Vivo en los barrios marcianos a las afueras de la ciudad. Paseo por el ghetto con mi nariz de trompeta y me siento en un banco a leer la prensa de los hombres. Los marcianos no tienen periódicos propios.
Los marcianos ríen y fuman crack en el parque, tienen toda una vida por delante, ensueños, viajes a través del hiperespacio conduciendo velocísimos autos. Todavía no saben que pasarán su vida en la cárcel, de la misma manera que sus padres nunca supieron que las cárceles que construyeron eran para sus hijos. Arrastramos piedras para levantar la cárcel y nos encierran en ella. Allí no hay hombres
Los marcianos ríen y fuman crack en el parque, tienen toda una vida por delante, ensueños, viajes a través del hiperespacio conduciendo velocísimos autos. Todavía no saben que pasarán su vida en la cárcel, de la misma manera que sus padres nunca supieron que las cárceles que construyeron eran para sus hijos. Arrastramos piedras para levantar la cárcel y nos encierran en ella. Allí no hay hombres
No hay comentarios:
Publicar un comentario