El amor y el jabón se encuentran profundamente relacionados. Podemos decir que el amor ha cambiado de jabón y que el jabón ha cambiado al mísmísimo amor.
Observen a los perros, en cuanto les lavas, lo primero que hacen al llegar al parque es revolcarse en la mierda, e inmediatamente les queremos menos, o dicho de otro modo, les queremos asesinar, y todo por comportarse con lógica perruna. Si un perro huele bien es porque ya no huele a perro. Podemos decir que el jabón siempre trata de ocultar algo.
Amo a alguien, pero me resulta difícil precisar si la quiero por como es o por su jabón. Esto me lleva escribir dos premisas básicas que se contradicen:
A) A menos jabón, menos amor
B) A más jabón, menos amor también
En cuanto la persona amada deja de oler a jabón para acabar oliendo a humanidad, la queremos menos. Y cuanto más jabón usa, la queremos menos también, porque ya no sabemos a quién queremos, si a la persona o al jabón. Es todo muy complicado.
Einstein dijo "Si lo que buscas son resultados distintos, no hagas siempre lo mismo". Yo reajustaría la frase de Einstein diciendo "Si lo que buscas son resultados distintos, cambia de jabón". No hay discurso que sobreviva al jabón. Ante dos argumentos diferentes pronunciados por dos personas también diferentes, tendrá mayor credibilidad el argumento dicho por aquel que usa jabón. Llegado a este punto podemos decir que el jabón ha cambiado a la humanidad, pero esto no es lo terrible. Lo desasosegante es saber que el ser humano ha sido derrotado por el jabón, en otras palabras, el jabón domina a la humanidad. No sabemos si admiramos a alguien por su jabón, por su belleza o por su intelecto, y esto nos crea angustia. No sabemos a quien amamos, si a la persona o a la pastilla de jabón. El jabón no es inocente, no solo concentra perfume y detergente, sino que encierra un fabuloso poder.
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