Incluso se me hizo un sello conmemorativo. Trataron incluso de perpetuar mi especie. Fue en vano. No tuve descendencia.
Mis particularidades, aquellas pequeñas cosas que me hacen especial, a nadie interesaban. Así que me fui encaminando hacia el mundo de las sombras, sin aportar nada a la inmortalidad.
El hombre al que le creció hierba en la cara
Y sin embargo, un solo hecho, uno tan solo, fuera de control y ajeno a mi voluntad, a mi ser, no solo me abrió un lugar entre los hombres, sino que me alejó de la evanescencia
Ser la primera persona en el mundo al que le creciera yerba en la cara en vez de barba, a los 44 años de edad, cuando la existencia comienza a manifestarse, no tanto como el suave descenso hacia el declive, sino como la costosa ascensión hacia la muerte, no solo me ha alejado por arte de magia de la mediocridad, sin hacer nada, sino que además me ha rodeado de un aura magnética. Todo el mundo quiere tocarme.
Yo creía que era gripe, pero no era gripe. Después de una semana de fiebres, en plena convalecencia, me ha comenzado a salir yerba en la cara. Lo que podría haber sido un estigma social, me ha elevado por encima de los hombres y me ha alejado para siempre de mi condición laborante, que siempre he detestado, así como de la necesidad, y me ha aproximado a las tribunas, hacia los luminosos laboratorios, y he comenzado a ser querido. Y ya no tengo que demostrar nada, ni ser mejor. No se me pide aportar a la sociedad. Se me quiere por como soy, y solo se requiere de mi que continúe existiendo, con mi barba de yerbas y grillos en la cara.
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