Para que los objetos se muevan a nuestra voluntad, es preciso que ni tan siquiera lleven ropa encima
Un mundo donde las cosas se hacen solas
¿Se imaginan un mundo donde con solo decir "¡Casa límpiate!" o "¡Quiero un té!" la casa se limpiara sola o el té se preparara automaticamente?. Bien, pues ya existe tecnología para hacerlo, pero hay un pequeño inconveniente.
Si nuestros esclavos fueran invisibles ya no nos enfadariamos por su aspecto, ni nos intimidaría su mirada. Si nuestros esclavos, además, no tuvieran voz, todo sería mucho más fácil. Gracias a que el precio del kilo de esclavo se está reduciendo y que se aproxima hacia el coste cero, pronto podríamos tener esclavos gratis que realizaran aquellas tareas penosas que no queremos hacer nosotros y que es mejor que haga otro.
Al ser invisibles, al no oirles, al caminar a nuestro lado de puntillas, podríamos pedir algo y entonces parecería que los objetos cobraran vida. El té se prepararía solo, y se trasladaría a nuestro escritorio como flotando por los aires, aunque en realidad fuera transportado por un ser humano invisible y silencioso. En muy poco tiempo nos acostumbraríamos a esta circunstancia, creyendo que detrás de las cosas no habría nada, tan solo nuestro poder mental, que en realidad no existe. Un hombre invisible, o dos, o tres o incluso millones se encargarían de todo, y harían más agradable nuestra existencia.
Si todavía no hemos invisibilizado a los esclavos no es porque carezcamos de la tecnología apropiada ¡Ya existen multitud de modelos de goma de borrrar y tipex disponibles! Si no hacemos a los esclavos absolutamente invisibles, no es por falta de medios, sino por el temor a que un día un hombre invisible nos aplaste la cabeza con una enorme piedra.
Invisibilización del ser humano, si, pero sin demasiadas ideas propias. En cuanto un esclavo tiene una idea propia uno ya no puede vivir tranquilo ni seguro en su casa, sobre todo si estos no son visibles al ojo humano; siempre podrían encontrar un cuchillo a su alcance. Tampoco podemos tenerles con la cabeza embotada permanentemente, ni empastillados, pues su rendimiento caería en picado, con el inconveniente de que el té flotante se derramaría por el suelo del salón antes de llegar a nuestro escritorio.
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