El corresponsal aterrizó en Mandril, pero nunca supo si estuvo allí
Telegrama
Este periódico ha enviado de nuevo a un corresponsal a Mandril, lugar de grandes sucesos. Pero Mandril ya no está. No existe. Ha sido reemplazada por otra ciudad
Cuando llegas a Mandril ya no está. Ha desaparecido. La ciudad es otra. Donde ayer había bloque de viviendas para proles, ahora hay viviendas ajardinadas para funcionarias, mañana se inagurará un edificio ruinoso. Los presidentes cambian de cara cada poco tiempo, pero son siempre los mismos. Cuando uno busca el número de teléfono de sus amigos, ya no están, han sido reemplazados por otros, los que permanecen han cambiado. En Mandril el amor es instantaneo, llega todos los dias en grandes camiones a los supermercado y se distribuye en pequeñas dosis entre la población, caduca en poco tiempo. Las noticias son fabulosas; lo que ayer era la verdad ahora es la mentira, y la mentira ahora es la verdad. Los colores ya no son lo que eran, y el cielo, a pesar de que se oscurece es más luminoso que nunca. Cada día uno se levanta con la esperanza de ser un poco más alto, pero es un poco más bajo. Pájaros exóticos que jamás ha visto sobrevuelan los cielos de la ciudad y lo blando, si es que te atreves a tocarlo con la mano desnuda, te cortará. El lugar donde los mandrileños se hacen, es frente al espejo, pero ya no se reconocen. Es la imagen la que construye al mandrileño. Hay algo familiar en cada rostro, probablemente distancias de millones de kilómetros. El Mandril no existe el aburrimiento, se encuentra en todas las cosas. Todos los atajos para escapar de él, te llevarán directamente a sus brazos.
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