miércoles, 29 de junio de 2016

Efectos del gas liberalismo en la realidad




Para que ustedes se hagan una idea de las características de este gas que emana de los objetos, imaginen que llevan puestas unas gafas monocromas que nos impiden ver de una forma completa la realidad.

 Un gas que emana de los objetos


Trato de recordar. Percibo que las cosas, entonces, eran mucho más claras.  Ahora es como si tintinearan. Una neblina las envuelve. Así es difícil saber como son las cosas realmente.

Un gas emana de los objetos.  Esto no es algo nuevo, pero sí que es un signo característico de nuestra época. Antes, el gas que despedían los objetos era más suave, menos denso. No es que huela mal, pero es tan intenso, que oculta el verdadero olor de las cosas. 

 En Bolivia, en tiempos de Hugo Banzer. El agua se tornó gaseosa. Impidiendo a los indígenas usar el agua de lluvia.

No es que se estén descomponiendo, no es un problema de putrefacción. En mi opinión es que se están convirtiendo en otra cosa. El paso de sólido a gaseoso. Como si las cosas dejaran de pertenecernos, de ser. He ido a beber agua y se me ha sublimado entre las manos. He visto colegios y hospitales trasformándose en gas.  


 Según el innombrable, en cuanto se mercantilizan las relaciones humanas, las personas comienzan a oler a cosa.


Tengo la sensación, a veces,  de escuchar un estertor.  Un llanto.  Pero el gas que lo envuelve todo, es tan denso que me impide oírlo claramente, tocarlo. No puedo verlo. El gas es como un velo, ¿qué está ocurriendo tras él? Mucho me temo que es inflamable. A veces creo ver entre la bruma un fulgor, como un fogonazo, muy breve.

Me pregunto que será de mí tras respirar durante tanto tiempo este gas.

Miro mis manos. De cada uno de mis poros brota este vapor. Apenas puedo respirar, y sin embargo, sin saber muy por qué, en vez de abrir las ventanas las cierro.

Miro mis manos. Cada uno de mi poros, se está transformando en gas.



miércoles, 15 de junio de 2016

El hombre que no tenía cara


 "Tan solo duro un instante la visión, y ya me faltaba el aire"

Paseando ayer, durante un instante, me sentí sobrecogido. Tan solo duro un momento la visión, y ya me faltaba el aire. Aquel hombre hombre no tenía cara. Traté de seguirle con la mirada, pero desapareció inmediatamente entre la gente.

El hombre que no tenía cara

Traté de olvidarle. Hice esfuerzos. Durante algún tiempo su imagen se me aparecía en cualquier momento. ¿Era real, verdad?, me he preguntado algunas veces. Escapo de su visión yendo a exposiciones, a conciertos, saliendo con mujeres.

"Una mujer observa un cuadro que siempre había pasado inadvertido para mí"



En uno de los grandes museos del gran Mandril donde se almacenan trozos del pasado, hay un cuadro. Retales de un mundo que quizá jamás ha existido. Una mujer observa una pintura que había pasado siempre inadvertida para mí. Es el cuadro de un autor desconocido.  Quiero aproximarme, pero confieso que el acercamiento se me hace siempre complicado. Hay un radio, un espacio alrededor de ella, donde me inquieto. Pueden ser uno, dos, tres, cuatro, cinco metros,  donde ella es el centro, y dentro del cual  me atasco. Es imposible fluir libremente. Quiero decirla algo, improvisar. De repente ocurren muchas cosas en mi cabeza, pero cuando abro la boca es como si no tuviera ninguna.

"Quiero decirla algo"


¿Crees en el amor?- La pregunté. Me miró, pero fue como si no hubiera visto a nadie. ¿Te gusta el cuadro?- Pregunté esta vez. Volvió a mirarme. Observó mi rostro y luego volvió a contemplar a escena. Repitió este gesto algunas veces. Había algo de asombro en sus ojos. Me sonrió y se decidió a hablarme.

Mujer: No sé si me gusta. Solo sé que me interesa.

Dominguet: ¿Quién es el tipo del cuadro?

Mujer: ¿No le conoces? Bueno, nadie sabe quién es, y sin embargo todos deberíamos conocerle.

Dominguet: No, no le conozco,  pero parece un hombre feliz. ¿Cómo dices que se llama?

Mujer: Leopoldo II

Dominguet: Parece un hombre bueno, con esas barbas... ¿A qué se dedicaba?

Mujer: A los negocios...

Dominguet: Ah, un emprendedor.

Mujer: Y en su tiempo libre era rey de los belgas.

Dominguet: Un hombre con iniciativa.

Mujer: No lo dudes, por entonces el colonialismo estaba de moda.

Dominguet: ¿También se dedicaba al asunto de las colonias?

Mujer: ¿Cómo?

Dominguet: Colonias, perfumes, almizcles...

Mujer: El chiste es bastante malo.

Dominguet: Es cierto, pero... es que yo... yo solo quería...

Mujer: Solo querías llamar mi atención.

Dominguet: Disculpa por favor, no quiero parecer un imbécil.

Mujer: Pues lo has conseguido. En fin... Nunca hay que despreciar una carcajada, pero es que lo tuyo..

 Dominguet: ¿Leopoldo II?, ¿no será familia de Leopoldo Calvo-Sotelo?, ese tipo que fue presidente de gobierno, ¿te acuerdas?

Mujer: No.

Dominguet: ¿No?

Mujer: No. ¿Podría continuar?


¿Qué hacer en ese momento? Quería caer bien, siempre quiero caer bien, pero estaba a punto de caer mal. Es como hacer magia y convertir un encuentro imposible, en un previsible desencuentro.

Mujer: El asunto es que Leopoldo II consiguió apropiarse a título individual del Congo. Era rey de los belgas y propietario del Congo.

Dominguet: ¿Cómo? ¿Un sólo hombre consiguió adueñarse un país para él solo?

Mujer: En efecto. Pero el Congo tenía bicho dentro.

 "Nos quedamos mirando el cuadro en silencio"

Nos quedamos mirando un largo rato el cuadro en silencio. ¿Cómo era posible que un solo individuo pudiera tener el control de todo un país con sus millones de habitantes?  Observe con detalle el rostro de Leopoldo II, parecía joven, y sin embargo ya había superado los setenta años.

Dominguet: ¿Te has dado cuenta? No tiene ni una sola arruga.

Mujer: Vuelve a mirar el cuadro, Dominguet, ¿qué ves?

Dominguet: Veo, veo... Un tío con barba.

Mujer: Si, pero qué más...

Dominguet: Un tío con barba. Parece algo altivo.

Mujer: ¡Si!

Dominguet: Un tio con barba, algo altivo y seguro de sí mismo.

Mujer: Efectivamente. El ángulo de su nariz respecto a la linea del horizonte es de 15º.


"El ángulo de la punta de su nariz respecto a la linea del horizonte es de 15º"


Dominguet: ¿Y qué quieres decir con eso?

Mujer: Está mirando hacia arriba, y tiene la cara bien sujeta a la cabeza. ¿No te has dado cuenta al follar?

Dominguet: ¿Al follar?

Mujer: ¿No te has dado cuenta que el amante que mantiene su espalda pegada a la cama y mira hacia arriba,  parece más joven?  Su piel se estira, y sus arrugas parecen desaparecer...

Dominguet: ¿Y el otro?

Mujer: El otro, el que mira hacia abajo, se le cae la cara.

Dominguet: ¿Se le cae la cara?

Mujer: Sí, se le cae la cara.

Dominguet: ¿Por eso hay gente que apaga las luces durante el coito?

Mujer: No lo sé, no soy tan lista. Centrémonos. Me doy cuenta de que te dispersas rápido.

Dominguet: ¿Pero entonces, por qué apagan la luz?

Mujer: ¡Yo qué sé! Tú observa bien el cuadro.

Dominguet: Un cuadro muy mono.

Mujer: ¿Estás seguro? ¿Has mirado el suelo? ¿No te sorprende lo que está pisando Leopoldo II?

Dominguet: Parecen caras, ¿son caras?, ¿está pisando caras?

Mujer: Caras caídas.

 "¿No te sorprende lo que está pisando Leopoldo II?



Dominguet: ¿Qué quieres decir con eso? ¿Tiene esto algo que ver con la postura a la hora de follar?

Mujer:  ¿Viste el otro día una entrevista de Pablo Iglesias a El Lute?

Dominguet: Imposible. Siempre que trato de ver uno de su programas de entrevistas, una interferencia me impide verlo.

Mujer: Existe un breve fragmento durante la entrevista que ha pasado inadvertido, y que probablemente sea una de las claves de este cuadro.

Dominguet: ¿Qué frase?

Mujer: Durante la entrevista, El Lute decía que durante su tiempo en la cárcel observó que los presos, en sus paseos circulares en el patio, siempre miraban hacia abajo. Y con el tiempo, este gesto repetido, hacia que se les cayera la cara.

Dominguet: ¿Se les deformaba?

Mujer: Se les caía la cara, se les deformaba el rostro. De esta manera era fácil saber quién había estado encarcelado largo tiempo, quién había sido sistematicamente humillado.

Dominguet: ¿Qué insinúas?

Mujer: Lo que has oído.

Dominguet: Entonces, todas esas caras del cuadro esparcidas por el suelo...

Mujer: Todas esas caras del cuadro son producto de la humillación, de un encarcelamiento sin precedentes...

Dominguet: Y sin embargo, en el cuadro, no veo a nadie tan sometido.

"Que no lo veas, no significa que no exista"



 Mujer: ¿Estás seguro? Que no lo veas, no significa que no exista. Por favor, fíjate por un momento en la parte superior derecha. ¿Ves un desfiladero que trascurre al borde de un precipicio donde miles, millones de hombres, mujeres y niños, cargan pesados bultos y fardos a su espalda, y que continuamente caen al vacío?

Dominguet: No los veo.

Mujer: Observa bien.

Dominguet: ¿Es eso? Solo veo diminutas figuras, como sombras. No se distinguen bien. Se encuentran difuminadas, como si no existieran...

  Mujer: Como si no existieran.

Dominguet: ¡No tienen rostro!

Mujer: Se les cayó la cara.

Dominguet: Solo es un cuadro, ¿verdad? Es solo una ficción, dime que tan solo es una ficción.

 Mujer: Siempre llevo esta fotografía conmigo, para no olvidar, ¿quieres verla? Es la foto de una familia congoloña.

"Son los residuos del comercio del caucho"

Dominguet: No sé si quiero verla.

Mujer: Mírala ¿Qué ves exactamente?

Dominguet: ¿Negros?

Mujer: Mírala bien.

Dominguet: ¡No tienen brazos!

Mujer: Los perdieron.

Dominguet: ¿Cómo es posible perder los brazos? ¿Se les cayó? ¿No tenían pegamento?

Mujer: Son los residuos del comercio del caucho.

Dominguet: ¿Y yo? ¿Tengo yo rostro?

Mujer: No, no lo tienes.


Miré al suelo. Había cientos, miles de caras caídas a mi alrededor. Salimos de aquel lugar dando saltitos, para evitar pisar los rostros, pero era difícil. Muy difícil.  Fuera, por toda la ciudad, se esparcían caras por doquier. Respiré profundamente.

Nos quedamos un buen rato en silencio. Yo me preguntaba cómo era posible que la ciudad no fuera otra cosa más que una alfombra de rostros caídos. Cómo habíamos llegado todos a doblar la cerviz, poco a poco, durante años, y las caras, las nuestras, se habían ido deslizado hasta separase del cuerpo. Qué procesos se habían puesto en marcha para que se quebraran nuestros hombros y nos curvaran hacia la tierra, para hacernos mirar de continuo hacia abajo.  Buscamos la mirada, nuestros ojos, todavía estaban asustados y asombrados. Imaginábamos que tan solo teníamos que mirar hacia arriba de nuevo, echar nuestros hombros hacia atrás, erguir nuestros cuerpos, para volver a tener rostro . Y si alguna vez tuviéramos que inclinarnos hacia el suelo, sería para recoger una de esas caras. Ese nunca fue su sitio. Su lugar era otro.

Y nos dimos las manos.






 
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