martes, 24 de noviembre de 2015

Confesionarios laicos en las calles de Mandril

En la foto un posible prototipo de confesionario laico. En realidad no estoy muy seguro de que este invento sea una buena idea para acabar con el aislamiento social provocado por el liberalismo. Aunque no dudo del efecto liberador y transformador de la palabra, cabe la posibilidad de que los confesionarios laicos actúen en el cuerpo social más bien a modo de pastilla, como válvula de escape sin cuestionar las raíces de la soledad.  En cualquier caso, el diseño a modo de contenedor para el reciclado de botellas, es pura casualidad. No hay intención simbólica por parte del autor, pero el autor, en fin, ya no existe.

 Propuesta para un confesionario laico


 Lo que ofrezco no es exactamente un invento, sino una reinvención. Se trataría de sacar la confesión del marco del sacramento y llevarla al pueblo. Para ello, podrían diseñarse confesionarios muy chulos, de colores.

Reconozco que hay que tener mucho cuidado con lo que se inventa, pues una vez que una innovación irrumpe en la vida cotidiana transforma nuestras existencias y nuestras relaciones. Aún así, me atrevo a realizar algunas propuestas, como la del confesionario laico:

El Confesionario Laico

El diseño del confesionario laico será abierto, y cuando digo abierto quiero decir abierto. Esto es, que pueda presentarse cualquier persona del mundo al concurso. No se exigirá ningún requisito personal ni académico, ni por supuesto de nacionalidad. Valdría un pequeño texto escrito a mano y unos dibujitos a boli bic azul, si es que no dispone de ninguna otra herramienta a mano.

No podemos hablar de todo con todos, y más en una sociedad cada vez más líquida  y con seres cada día más atomizados. La sinceridad solo se produce con absolutos desconocidos, con individuos que jamás volverás a ver.  En mi opinión, sacar los confesionarios a las calles debe permitir la absoluta libertad. Ninguna conversación que se desarrolle en su interior será grabada. Esto es, los confesionarios laicos no serán objeto de control social, a pesar de que las conversaciones que allí se realicen sean extremas. El confesionario laico será público y gratuito y permanecerá abierto 24 horas, y será al mismo tiempo un espacio inviolable; me permito adelantar que nadie podrá ser detenido en su interior. Lo que debemos aclarar es quién limpia estos espacios, si el confesante, un empleado de la limpieza, equipos de voluntarios, o el funcionario confesador, que pienso que deberá tener un régimen laboral diferente al resto de los funcionarios. Piensen ustedes que este señor o señora, obtendrá demasiada información sobre nosotros. No debe ser detenido ni forzado a declarar por el ejercicio de sus funciones.

Los confesionarios, a falta de otro nombre, no han de diseñarse pensando en las confesiones, sino en hablar de lo que no se puede hablar. Y no tanto porque de lo que queremos hablar suponga delito o inmoralidad, sino porque a nadie le interesa oírnos. Yo mismo huyo de la mayor parte de las conversaciones, y no tanto porque sean aburridas, sino porque son exactamente las mismas que se repiten una y otra vez. Cuántas personas se habrán suicidado, bien sea porque se encuentran en un bucle dialogal sin fin del que no hay forma de salir, bien porque a nadie interesa lo que dicen.

Decir que estos confesionarios no se diseñarán para arrodillarse, sino para ser mucho más altos. Mediante un truco, entraremos al confesionario a través del marco de una puerta inmensa, como seres insignificantes, pero al salir, nos golpearemos siempre con el marco de la puerta en la cabeza. Prueba irrefutable de que hemos crecido en el interior del confesionario. Decir también que en estos confesionarios, no habrá castigo y perdón.







martes, 17 de noviembre de 2015

Mi vida como un mongol


 Han sido encontrados varios mongoles escondidos tras una trampilla. Que risa, hay uno que tiene el rostro anaranjado en vez del tradicional color amarillo que les caracteriza.

 ¡Todos somos mongoles!

Veo en la televisión las caras de los mongoles más buscados. Hace apenas algunos años ni siquiera tenían ese aspecto amarillento, esos ojos rasgados. Eran buenos padres de familia, estudiantes, empleados, seres que inspiraban confianza. Ahora ya no.

Me he convertido en mongol, inesperadamente, sin aviso alguno, sin transición. Pensaba que una mutación de tal envergadura sucedería lentamente, en fases. Me equivocaba. Descubrir en el espejo que soy otro, me fuerza a abandonar mi piso, a olvidar aquellos objetos que me aportaban una identidad que de repente, se ha derrumbado. 

Llego al barrio mongol con mi maleta, entre explosiones. El barrio mongol del gran Mandril se llama Ulán Bator y  se encuentra permanentemente en guerra. Todos los días hay bombardeos, sin aviso previo, sin declaración de guerra. Llegan aviones de todas partes del mundo a lanzarnos bombas, y nos escondemos en el subsuelo, hacinados, fumando mucho, esperando que llegue la calma de nuevo. Si quieres encontrarme, levanta una trampilla. Bajo ella estaremos los otros y yo, los que ni siquiera tenemos nombre.

No existe consenso sobre la forma del mal, aunque todo el mundo sabe que tiene mi aspecto. Amarillo, ojos rasgados, rebuscando en la basuras, sin dientes. Por las noches, acudo a dormir a las cárceles que yo mismo estuve construyendo. Se supone que me gustan los helados de niño frito, pero me da asco la carne. Dicen que los mongoles tenemos la cabeza en otro lado, que no tenemos los pies sobre la tierra; aunque sabemos que bajo nuestros pies, bajo el suelo de la gran Mongolia, el océano inmenso de petróleo que yace, se está secando.


martes, 10 de noviembre de 2015

Los hombres de pelo gris en la sociedad contemporánea


 Corre un extraño rumor en Mandril


Hombres de pelo gris en la sociedad contemporánea


Dos rumores se extienden por toda la ciudad. El primero dice que los hombres de cabello gris parecen más interesantes. El segundo rumor informa que se ha desatado una alocada carrera por contactar con cierto tipo de peluqueros.

Tengo que decir que los tintes de color gris se agotan nada más llegar a las tiendas, y que las fábricas de tinte gris, funcionan más allá de su capacidad; esto es, al 200%. Es cierto que las fábricas están automátizadas y que una máquina o un robot no puede ir más allá de su máxima velocidad. Si tienen tres botones, el encargado no puede pulsar un cuarto botón inexistente para que el robot aumente su producción. Esto es un factor limitante. Un robot no se asusta porque su jefe le insulte o le meta prisa, él sigue a su bola, a su ritmo.  Para superar el 100% de la producción es preciso el ser humano. A un hombre se le puede asustar continuamente, hacer que vaya más deprisa, que tome más cafés, que duerma menos, que sienta tras su nuca el gélido aliento del miedo. Algunos viejos manuales del tipo "Cómo reorganizar la economía" han sido encontrados en la mesita de noche del presidente de gobierno, alguien se los regaló en una reunión informal. Un hombre sometido a estrés es más productivo

El pelo gris te hacía más interesante, desde luego, pero no garantizaba que uno lo fuera. Así que aumentó la sospecha de que bajo el pelo gris no siempre existían seres asombrosos. Lo asombroso era que bajo el pelo gris se ocultaba un hombre cualquiera. Lo peor llegó cuando se hizo público un estudio que confirmaba lo que todos sabían, que los trabajadores expuestos a jornadas extenuantes y bajos sueldos, trabajando en cuatro turnos, mañana, tarde, noche y turno fantasma, envejecían antes y se les encanecía el pelo.  Esto es, su cabello era ahora gris.Lo que nadie quería era parecerse a un hombre cansado y sin alegría, nadie quería parecerse a los hombres agotados y encanecidos de las fábricas de tintes para el pelo. En definitiva, nadie quería parecerse a un obrero, no solo porque ya no estaban de moda, sino porque cuanto más próximo te encontraras a ellos, más posibilidades de resbalar por la peligrosa pendiente de la exclusión y la invisibilidad se tendría. Un obrero era una especie de fetiche de la mala suerte. Había que huir de ellos siempre que se pudiera, precipitadamente, como si una bomba estuviera punto de explotar.

No había más remedio, pronto se extendió un tercer rumor que anulaba los dos anteriores. Un pelo gris ya no era sintoma de lo interesante, sino de su contrario.  Las gentes empezaron a esconder sus cabellos grises y pronto un cuarto rumor corrió por todo el país: un capirote sobre la cabeza te hacía automaticamente mucho más interesante.


lunes, 2 de noviembre de 2015

Problemas en el club de sabios


Momento en el que me invitan mediante carta, a participar en el club de sabios

Problemas en el Club de Sabios

 La situación es crítica, los problemas han dejado de acechar para caer definitivamente sobre nosotros. Pesan mucho y nos resulta casi imposible respirar. Con tanto peso apenas podemos pensar, así que nos dividimos en dos grupos para resolver la situación: unos se encomendaron a un santo, al que encendían velas por las noches, y el otro grupo se decantó por delegar en una comisión de sabios. 

Me gustaría explicaros cómo fue seleccionado el grupo de sabios, pero no lo sé, quizá sucedió mediante oposición. Sin embargo es posible que fueran elegidos mediante libre designación, esto es, a dedo. Quizá hubo dinero por medio. Si un reducido grupo de personas se iba a dedicar a pensar el mundo, lo más práctico era situar a uno de los tuyos en la comisión que iba a alterar para siempre el futuro del hombre. Sea el que sea el sistema de elección lo sorprendente siempre ocurre, y yo, recibí un telegrama que confirmaba mi ingreso. Quizá una equivocación. Sin embargo, oficialmente me había convertido en un sabio.

Me interrogo sobre el sistema de selección. Creo que fui un error. Soy el único de los sabios que solamente tiene el graduado escolar y que trabaja de machaca en una cocina, el rostro más envejecido que el resto, la voz más quebradiza. Hago verdaderos esfuerzos para que en los debates de la comisión nadie perciba a través de mi voz mi fragilidad. No conozco a nadie, ellos ya se conocen. Oculto mi origen, mis gustos. A la pregunta de "¿A qué te dedicas?, respondo con evasivas. No es solo el miedo a no ser un sabio, a no dar la talla, sino a ser descubierto: un infiltrado, un fraude.

Se creó la comisión de sabios porque apenas quedaba aire para pensar, porque apenas quedaba tiempo, porque había siempre ruido, porque siempre estábamos cansados, porque los compromisos se iban acumulando. No se puede pensar bien con miedo, con frío, con sueño. No se puede pensar bien si estás melancólico, si desconfías de todos. Pensábamos, pero entonces comenzaron los problemas; algunos de nuestros pensadores se atrevieron a decir que pensar demasiado podría provocarnos un derrame cerebral.  Después de pensarlo un poco, se propuso dejar de pensar. Se pensó que era mejor encomendarnos al santo, y le encedimos velas al caer la noche. Cuando la comisión de sabios se reunió por primera vez para rezar, no me lo pensé dos veces, y escapé por la ventana.











 
Free counter and web stats