martes, 15 de noviembre de 2016

En defensa del monigote


Me propongo demostrar que el monigote es una herramienta formidable para aproximarnos a la realidad

(Texto todavía en construcción)
 Algunas notas sobre los monigotes


Hace un mes tuve una intuición, la de que los monigotes eran el instrumento que más podrían aproximarnos a la realidad. Pensé que podría escribir algo muy divertido sobre el tema, al mismo tiempo que aportar a la sociedad  un asombroso descubrimiento. Sin embargo, investigar sobre este asunto se me ha ido de las manos. Existe demasiado material y reflexiones para un breve artículo humorístico. Da más bien para varios tomos, pero sin gracia. Además, he seguido pistas falsas que encaminaban mi investigación sobre los monigotes a callejones sin salida. Para complicar aun más las cosas, no dispongo de demasiado tiempo, ni capacidad para responder, a día de hoy, a todas estas cuestiones. Así que he decidido abandonar mi investigación, que me impedía por otra parte, seguir trabajando sobre otras cuestiones. Está inconclusa, si es que se puede concluir una investigación sobre la realidad y la insospechada complejidad del monigote. A día de hoy me parece una tarea enorme, y de continuar, arrastraría mi existencia al país de la insatisfacción, donde no se puede hablar de ciertos temas, especialmente en el lugar donde paso tantas horas al día, esto es, en mi trabajo como sujeto subalterno. Y como dijo Spivak, el sujeto subalterno no puede hablar, y por lo tanto, no puede hablar de la realidad . Aun así quiero hacer públicas algunas notas, preguntas y reflexiones, por si acaso algún día, siendo finalmente el sujeto subalterno liberado del trabajo alienado,  le quede algo de tiempo para la especulación intelectual, y descubra por fin, la verdadera y enigmática naturaleza del monigote.


Hay algo inquietante en este monigote. Quizá algo monstruoso. Un sujeto con burka, en zapatillas deportivas, y tocando el ukelele ¿Qué está pasando aquí?.

Monigote con boli azul

He dibujado un monigote titulado "Con boli azul". Enseguida el lector interpretará que este dibujo representa una mujer con burka. Nada más lejos de la verdad. Me resulta imposible asegurar si bajo el burka se encuentra un musulmán o un ateo racionalista, un hombre o una mujer, un terrícola o un marciano. No sabemos quién se oculta, si es que se oculta alguien en su interior, pero podría haber un ser sensible, demasiado sensible a luz solar. Quizá un ser multialérgico. Esto es, estamos contemplando una apariencia, una carcasa, un velo, una pantalla, que nos impide ver la realidad en su conjunto, la realidad profunda ¿Pero el monigote a boli azul se aproxima a la realidad más que la propia realidad? Mi respuesta se aleja de toda ambigüedad. Mi respuesta es inequívoca. Es sí.

(Como se habrán dado cuenta, queridos y queridas lectores, el dibujo no corresponde exactamente al texto. Yo les proponía un monigote a boli bic azul, y les he entregado esta cosa)

Los monigotes son inquietantes.Trato de demostrar que los monigotes son instantes de realidad, y que esta última no tiene sentido alguno. Observen el monigote, es tan triste. Una planta en una maceta, sacada de un contexto natural, e insertada en otro contexto artificial. Sobre el monigote, no vemos sus pies ¿Quién nos dice que no está plantado también en una maceta?


 La culpa la tiene Platón

 La culpa la tiene Platón. Creía que la realidad era perfecta, y que nosotros y el resto de cosas no eramos reales, sino imperfectos reflejos de esa otra realidad.  Desconozco cómo llegó a la conclusión sobre porqué la realidad era perfecta, pero cuanto más investigo sobre la realidad, más observo de que se trata de todo lo contrario. No solo es imperfecta, sino probablemente monstruosa. Es lógico que ante lo monstruoso de la realidad el ser humano se haya dedicado en cuerpo y alma a construir sin cesar apariencias para evitar que se revele con claridad la realidad. Dibujo un monigote, ¿no tiene algo de monstruoso?



Noúmeno paseando por las calles del gran Mandril


Los dichosos noúmenos 

Kant creía en los noúmenos. Al parecer los noúmenos son un resto de la realidad, lo que la completa. Por lo visto existen, pero nadie ha visto jamás ninguno. Si un día, durante uno de tus paseos matinales,  te encuentras cara a cara con un noúmeno, automáticamente dejará de serlo. Mantengo la teoría de que él monigote es un noúmeno visto, aunque sea una contradicción en sus términos. Deja de ser la realidad, pero sin embargo, algo queda de ella en él.


¿Cual de los dos es la apariencia, y cual de los dos es la realidad? ¿Cual de estos dos sujetos es el monigote?


Lo que algunos llaman dibujar bien

Gracias a nuestros pensadores, sabemos que lo que vemos no es lo real,  sino tan solo un aspecto de la realidad.  Tratamos de representar lo que vemos a través de una copia o mediante nuestras habilidades técnicas. Utilizamos la fotografía, la impresión escultórica en 3D,  la pintura academicista o la ilusión óptica de la perspectiva  renacentista o buena parte de la pintura hiperrealista, pero entonces lo que retratamos no es lo real, sino su apariencia. Cuando alguien dibuja lo que ve y lo hace con precisión, se le considera un buen dibujante. No ocurre los mismo con aquellos que dibujan monigotes. Normalmente caen en desgracia, y sin embargo, son ellos los que han captado lo que de verdad está ocurriendo. Lo que no se ve.


Vemos a un hombre sonrosado, como rebosante de salud. Una hora más tarde, fallece. Nos cruzamos con un hombre enclenque y amarillento por las calles, no damos ni un duro por él, pero morirá a los 118 años. Me desconcierta el monigote de arriba porque no sé si es el mal o el bien, me resulta imposible juzgarle por su apariencia.


Me pregunto por qué lo que vemos es apariencia

Es asombroso, la apariencia es una de las cualidades de lo vivo y de muchos de los objetos. Trabajamos todo el día para ampliar su dominio. Todo lo que la naturaleza construye es también apariencia, ya sea para atraernos, para apartarnos, para asustarnos o devorarnos. Tendemos a ver cosas cuando la realidad es otra. Cuidamos nuestro cuerpo, nuestro físico, aparentemente, para que los otros nos permitan el paso, para seducir, para obtener un trabajo, para caer en gracia. Después seremos otra cosa. A veces vemos un monigote caminando por la calle, nos paramos, nos mofamos, pero nuestro interior se remueve. Sabemos que somos él.


Sabemos lo que necesitamos, y es no necesitar. Pasar de las miserias del estado de la necesidad al Estado estético. Así están las cosas, estamos a tan solo un paso de conseguirlo. Tanto peor si todo se va a tomar por culo, aunque es probable que algunos lo prefieran a la Renta Básica Incondicional e Universal. Todavía no he conseguido comprender porque la peñuqui está en contra de sí misma, y prefiere consumirse a sí mismo a iniciarse en su propia naturaleza, la del juego. 
En la fotografía, un monigote gris  devorado por el fuego.


No hay nada tedioso en dibujar monigotes

Es uno de los lugares de los que hablaba Schiller.  Lo que él llamaba encontrarse en estado estético, pero también es un país. Ese lugar donde el impulso de lo sensible y la razón no quedan disminuidos o anulados el uno por el otro. Es lo que nos hace humanos: el juego. Lo que la neurociencia llama ahora encontrarse en estado de flujo. Pues bien, al crear monigotes ocurre exactamente eso, queda suspendido el tiempo.  Sin embargo parece que no esté de moda. Quizá simplemente ocurra que la sociedad no esté lo suficientemente madura para el monigote, y sin embargo lo está, porque es esa, la del juego, nuestra verdadera naturaleza.

Monigote de un moderno y aséptico edificio de oficinas


El monigote es un paso atrás para coger distancia. Permite ver el cuadro completo. 

Al estar inmersos en el mundo apariencias, no podemos ver lo que esconden estas. La primera impresión al encontrarse con un monigote es pensar que es un producto infantil, una chapuza, algo grotesco, un pequeño monstruo. Y sin embargo, es una aproximación a la realidad, no a sus apariencias. Cuando usted atraviesa los pasillos de un moderno edificio de oficinas, se encuentra en un espacio donde todo es perfecto, aséptico. Y sin embargo el techo es falso, tras las paredes ocurren cosas, algo recorre el edificio entero por su interior: cables, conductos, bichos, polvo. Si el edificio pudiera tener alma, quizá fuera eso. Dibujamos el edificio a la perfección, pero eso no es la verdad. Lo sabemos, pero se nos ha olvidado. Dibujamos un monigote del edificio; y parece un queso gruyere, un cerebro espongiforme, algo lo está royendo. Es gracioso y al mismo tiempo es la verdad. Pura esencia. Un monigote puede trasladarnos a la esencia de lo que no se ve. Nos muestra un instante congelado de una de las posibles realidades.

No sé es si ese robot fue antes un hombre, ni sí la flor a la que se aproxima será arrancada o contemplada.

El monigote también pudiera ser el medio camino, el camino intermedio.


 El monigote puede ser el camino intermedio. Ese algo todavía no acabado, grotesco, a medio camino entre la idea inicial, y un imposible final perfecto. El monigote puede ser muchas cosas, quizá incluso poesía. O mejor dicho, sobre todo poesía. Ha dejado de significar lo que parece y significa otra cosa.


Muchas veces entrar en acción nos revela, bueno, casi siempre. Y este descubrimiento para los otros puede trasformarnos en monigote. De repente existimos, dejamos de permanecer en el punto ciego de la miradas, donde no se nos ve. Permanecer en el punto ciego es el infierno, por muy cómodo que uno pueda permanecer allí. Salir del infierno nos convierte automáticamente en monigotes, esto es, en sujeto político.


Al exponerse uno corre el riesgo de convertirse en monigote

 ¿Quién no ha vivido la experiencia del silencio? Cuando en un grupo de desconocidos, en una clase o conferencia, alguien expone su reflexión, corre el riesgo de ser descubierto, de revelarse, y claro, lo que aparece es bastante más gris, más ridículo. Cuando cae el velo del silencio aparece el monigote, un trozo de realidad nunca antes vista. Preferimos callarnos para seguir manteniendo una farsa. El monigote nos revela, de ahí sus enemigos.



Monigote tropezando

La vejez como monigote

Cada vez que se nos ve un trozo de nosotros mismos, queremos esconderlo. Es lo que más tememos. Nos jugamos la vida. La vejez nos pone al descubierto. Ya no podemos mantener oculta a la vista nuestra sensibilidad, nuestra dependencia a los otros, nuestra fragilidad. Antes, cuando éramos jóvenes, ocultábamos nuestra fragilidad a la vista de los otros, ahora ya no. Según pasan los años, nos convertimos poco a poco en monigotes. Hay algo de trágico, grotesco y horrible en la vejez. Y eso es la realidad. Por eso queremos ocultarla. Cuando nos damos cuenta ya nos hemos convertido en un monigote, cualquier intento en crear una apariencia que distorsione nuestra imagen, está encaminada más tarde o temprano al fracaso. Al envejecer nos ponemos continuamente al descubierto.

Caer por la escalera es lo que nos hace humanos. Es la tragedia de todo individuo, de toda la humanidad. A pesar de que este hecho sucede a la vista de todos, no lo vemos. La caída nos convierte en monigotes, no lo dudes.


El monigote como fracaso

 Lo que se nos muestra es una humanidad exitosa, cuando en realidad un fracaso. Hay algo de monigote en ello, algo cómico, si no fuera demasiado horrible. Sería épico si no fuera una broma pesada. Tan solo hay que hacer un examen de nuestra propia vida.   Mantenemos la seriedad para esconder nuestro fracaso existencial, aunque un simple chiste nos deja desnudos, nos muestra tal cual somos;  seres asustados, frágiles, muy sensibles, y extremadamente inseguros. Una simple flor puede destruirnos, sobre todo si cae desde una altura considerable en una contundente maceta.


La frase repetida ansiosamente de que los marcianos guardan burros en pisos sociales del Estado y que se comen sus propias crías, no es poesía, no revela la realidad, margina a los marcianos de la vida en sociedad, no es un monigote. Es un estereotipo. En otras palabras, es fascismo.


  Monigote Vs estereotipo.

Será poco creíble lo que voy a decir a continuación, pero es que el monigote es de izquierdas y el estereotipo es de derechas. El monigote revela aspectos de la verdad y la realidad ocultos, y esto es inclusivo, nos convierte en seres humanos, con todas nuestras debilidades a la vista.  El estereotipo es una especie de monigote de derechas, no es inclusivo, sino que tiende a excluir, no arranca velos, sino que los crea. Tiende a marginar al otro. Es antidemocrático, en cuanto que margina y anula el debate mediante frases hechas y repetidas. Por ejemplo, el misterioso caso de los gitanos que meten el burro en sus pisos, y que se anuncia continuamente como generalidad  y sin necesidad de pruebas.








El Ser

Buscamos el Ser, y quizá lo hayamos tenido delante de nuestras narices. Lanzo una pregunta al aire, ¿Podría ser el monigote el Ser, aunque parezca difícil de creer?






 
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