jueves, 28 de mayo de 2015

Creación de un nuevo planeta

He representado el planeta más pequeño de lo que será en realidad. En la fotografía, un artista subiendo a pulso hacia el nuevo mundo.

Hacia un nuevo mundo

Quiero crear una gran obra que pueda ser vista por todos. Una obra que salga del cuadro, del museo, de la ciudad, del país. Quiero hacer una obra que se salga de la Tierra y sea observable desde cualquier punto del mundo. Quiero construir un planeta.

Construir un planeta es muy fácil, el mio será de poliespán, por lo menos al principio. Una bola enorme de corcho blanco, de varios kilómetros cuadrados. Construir esta pelota es técnicamente posible, aunque me pregunto cómo enviarla al espacio sin cohetes interestelares.

El planeta deberá ser lo suficientemente ligero, de manera, que un solo hombre pueda soportarlo sobre sus hombros sin caer de rodillas al suelo. He pensado que podría ser de poliespán.

Tiene que ser de poliespán para que sea un planeta muy ligero, es imprescindible. Un planeta que debe ser levantado con las manos. De poliespán, para que sea leve, blando, para que pueda ser pinchado con un palo muy largo y extensible, y elevado hacia los cielos para superar la estratosfera, hasta ponerlo en órbita. Momento en el cual retiraremos el palo clavado, quedando suspendido en el espacio. Eso sí, dejaremos una cuerda colgando, accesible, que permita a cualquiera ascender hacia el nuevo planeta. Una vez en órbita, podrá ser visto por todos.

En estos dibujitos se ve todo mucho más claro. En la figura 1 con un palo extensible pinchado en el planeta de poliespán, le ponemos en órbita. Como hemos dejado una cuerda atada al planeta (figura 2), subimos por ella a nuestro nuevo mundo siempre que nos apetezca.


El tiempo transforma todo en arte, pero a mí me gustará que ocurra exactamente lo contrario con mi escultura planetaria; esto es, que con el tiempo la gente olvide que este planeta es una obra de arte. Es primordial que en mi planeta algún día exista atmósfera y albergue la vida, que se emancipe del arte.



miércoles, 27 de mayo de 2015

Mis problemas con la gravedad


La gravedad se desvanece


Mis problemas con la gravedad

(Bruno está en su piso, inquieto, nervioso. Da vueltas de un lado para otro en el  salón. Alguien llama a la puerta, es Marta).

Marta: Ay, perdona, no he podido llegar antes. Llevo en la parada del autobús, ni se cuanto el tiempo... Ya sabes, hasta ese punto en el que no sabes qué hacer. Estaba segura de que si me iba, el autobús aparecería inmediatamente. Si esperaba, seguro que jamás llegaba....

Bruno: Marta... qué me importa a mí el autobús...

Marta: Al final el autobús no llegó.

Bruno: ¿Podrías olvidarte del autobús?.

Marta: ¿Qué te ocurre? Tienes mala cara, ¿estás enfermo?.

Bruno: Me estoy volviendo loco.

Marta: ¿Ah, si? Eso es peor que la gripe, ¿no?

Bruno: Te hablo en serio, tengo alucinaciones...

Marta: ¿Alucinaciones?

Bruno: ¡Los objetos flotan!

Marta: ¿Qué?

Bruno: De repente se ponen a flotar...

Marta: ¿A flotar?

Bruno: A flotar... Unos sí, y otros no...

Marta: Deberías salir más a la calle, relajarte, mirar al horizonte. ¿Hace cuando no miras las nubes?

Bruno: ¿Las nubes?

Marta: Ven, vamos a la ventana (se dirigen a la ventana) Coge aire, mira las nubes, ¿qué ves?

Bruno: Veo, veo... Un autobús.

Marta: ¿Un autobús?

Bruno: El 155. ¿Ese es el autobús que coges a venir a mi casa?.

Marta: (Asomada a la ventana) ¡Mira! ¡Está allí! ¡Flota!

Bruno: Ahora ya entiendo porqué tardaba en llegar el autobús...

Marta: ¿Tú lo entiendes?, porque yo no entiendo nada de lo que está pasando.

Bruno: Al menos no estoy loco, ¿no? No estoy loco, ¿verdad?

Marta: ¿Qué está pasando aquí?

Bruno: No estoy loco, ¿no? (Señalando a la gente en la calle) Mira abajo, ellos también se han dado cuenta.

Marta: Si, la gente parece alarmada...

Bruno: Ver volar un autobús no es corriente, ¿no?

Marta: ¿Desde cuando ves flotar objetos?

Bruno: Desde hace muchos años...

Marta: ¿Desde cuándo?

Bruno: Desde siempre...

Marta: ¿Y nunca me has dicho nada?

Bruno: ¿Qué podía decirte? Nunca me hubieras creído...  Eran pocos los objetos que flotaban, y yo pensaba que era algo pasajero, esporádico, pero en los últimos años, el número de objetos flotantes ha crecido exponencialmente. El colmo fue la televisión; comenzó a flotar ayer.

Marta: ¿Tienes alguna explicación?

Bruno: Tengo mi propia teoría...

Marta: ¿Cual?

Bruno: Preferiría no contártela.

Marta: ¡Venga, tío!

Bruno: Me tomarías por loco

Marta: Ya lo estás, ¿me lo cuentas?

Bruno: Es la gravedad.

Marta: ¿Cómo?

Bruno: Es la gravedad que actúa de forma selectiva...

Marta: ¡Estás loco!

Bruno: ¿Lo ves?

Marta: Estás loco, la gravedad no puede funcionar selectivamente. Eso es imposible.

Bruno: Será imposible, pero está sucediendo. Por lo que sé, una vez que los objetos comienzan a flotar no vuelven a tomar tierra...

Marta: ¿Nunca?

(Bruno calla)

Marta: No. No me digas que...

Bruno: Si... Un objeto flotante no supone ningún problema, pero superado un número, un umbral, son peligrosísimos... ¿Te imaginas pasar el día en el salón esquivando figurillas kitch, siempre a punto de golpearte, flotando en el salón?

Marta: Ja ja ja

Bruno: ¿De qué te ríes?

Marta: Qué gracioso eres, Bruno. Debe ser la imaginación....

Bruno: ¿Qué quieres decir?

Marta: Debe es muy entretenido tener imaginación... Puedes inventarse historias, hacer chistes, pero llegado a un punto, uno acaba volviéndose loco....

Bruno: ¿Te parece divertido tener la cabeza escayolada? ¿Te parece gracioso que un gato de porcelana impacte sobre mi cráneo?

Marta: Bueno, ¿y donde están todos esos objetos y figurillas kitch flotantes?

Bruno: En esa habitación, pero es mejor que no los veas...

Marta: (Abriendo la puerta de la habitación de los objetos flotantes? ¿Por qué no puedo verlos?

(Marta abre la puerta de la habitación, y de esta sale un tomo de la enciclopedia  flotando).

Bruno: ¿Qué has hecho?

Marta: ¿Qué he hecho?

(Bruno cierra la puerta, colocando un mueble tras ella).

Bruno: ¿No lo ves? Has dejado escapar a la enciclopedia.

(Coge un cazamariposas, y trata de atrapar a la enciclopedia, que da varias vueltas por la habitación hasta que escapa por la ventana).

Bruno: Adiós al saber....

Marta: ¿Volverá?

Bruno: Nunca vuelve.

Marta: No sabía que era tan importante para ti...

Bruno: Era mi libro de cabecera, mi lectura favorita.... Y ahora se aleja, inexorablemente.

Marta: ¿Tu lectura favorita?

Bruno: Era una enciclopedia muy especial, cuando buscaba la palabra "Amor", me dirigía hacia "Marta".

Marta: ¿No quieres seguir hablándome de tu teoría sobre la gravedad?

Bruno: El amor es un asunto muy grave...

Marta: Depende. Si comparamos el amor con un autobús flotante, es casi ridículo...

Bruno: ¿El autobús?

Marta: El amor.

Bruno: Me parece más importante el amor.

Marta: ¿Y el autobús, no? Yo todavía estoy asombrada. Poder flotar libremente, es sencillamente maravilloso.

Bruno: Yo sin embargo soy un firme partidario de la gravedad.

Marta: ¡Partidario de la gravedad! (rie) Jamás escuche una parida semejante.

Bruno: Y sin embargo lo soy. La gravedad es esencialmente democrática, afecta a todos, y nadie puede escapar a ella. No discrimina a nadie, ni a ricos ni a pobres; no establece distinciones de género, ni de cociente intelectual, ni de estilo; trata igual a los seres humanos que al plancton...A no ser que seas astronauta, claro.

Marta: Pero flotar mola. Si lo piensas bien, la gravedad impide la libre flotación...

Bruno: Probablemente, pero es mejor que eso se lo digas a los pasajeros del autobús, que a estas horas deben estar más allá de la troposfera, cianóticos,  fríos, y algo callados... En realidad la libre flotación es una amenaza al derecho al paseo. Imagínate en el parque, y de repente acabas enredada en la copa de un árbol.

Marta: Vamos, que no te mola flotar...

Bruno: Me gusta salir de paseo sin miedo a acabar orbitando alrededor de la Luna.

Marta: ¿Tienes miedo a flotar?

Bruno: No, de lo que tengo miedo es que alguien accione la palanca de la gravedad selectiva cuando yo enferme, y el  hospital comience a flotar. O que el hospital permanezca pero las gentes floten y no puedan acceder a él.

Marta: Tampoco sería un gran problema...

Bruno: ¿A qué te refieres?

Marta: Si tienes las botas, nada puede pasar...

Bruno: ¿Qué botas?

Marta: Las botas magnéticas o adherentes. Las anuncian en televisión.

Bruno: Ahá. Qué casualidad....

Marta: ¿No estarás insinuando que hay una conspiración de vendedores de calzado magnético para acabar con la gravedad y vender su calzado?

Bruno: (Se mantiene en silencio).

Marta: ¿No dices nada?

Bruno: Es que estoy flipando...

Marta: ¿Flipas?

Bruno: Has crecido. Hace un rato yo era más alto...

Marta: Eso o...

Bruno: Eso o estás flotando...

Marta: ¡Ups! ¡Sí! ¡Floto!

Bruno: ¿Y qué se siente!

Marta: Nada, sencillamente nada...

Bruno: ¿Vas a pasarte el día flotando?

(Marta se va deslizando lentamente por la habitación. Una pequeña corriente la hace abandonar el piso por la ventana).

Marta: ¡Bruno!

Bruno: (Tratando de atraparla con el cazamariposas) ¡No llego! ¡Trata de agarrar el cazamariposas!

Marta: Es imposible, la corriente me arrastra...

Bruno: ¡Las botas magnéticas! ¡Lo que te hace falta son unas botas adherentes!

Marta: Nunca las compré, el precio de las botas era del todo inceptable...

Bruno: ¡Marta!

(Marta desaparece en la atmósfera, perdiéndose en el firmamento)








domingo, 24 de mayo de 2015

Ejercicios de estética electoral


Los vocales de la mesa electoral solo podían ser los violinistas de Marc Chagall


Ejercicios de estética electoral


Hay más de trescientas personas haciendo cola para votar antes de abrirse el colegio electoral. Todos ellos llevan camiseta a rayas, boina, y fuman en pipa de madera. Yo creo que son marineros curtidos en las procelosas aguas del gran Mandril.

Este año hay más papeletas que habitualmente. Por fin todo el mundo es candidato. Para dar cabida a tantos elegibles se han creado 57.142 partidos en todo el país, y su número va en aumento. El nombre de la candidatura más deliciosa que se presenta a estas elecciones, es el de la coalición "Jazmines y amapolas".

Se prevé una abultada participación. Había pensado en votarme a mí mismo, pero nunca se sabe. Mi pronóstico particular es que se agotarán las papeletas, dado que todo el mundo se guardará alguna de recuerdo. No todos los días uno es candidato a alcalde, concejal o presidente. Las papeletas están coloreadas y perfumadas.

Cada mesa electoral tiene una singularidad que la hace particularmente atractiva. Me encanta el azar. Hay mesas electorales solo constituidas por hombres calvos con bigote, con la cabeza de color verde, como la de los violinistas de las obras de Chagall. Cuestión de suerte, imagino.

En cada colegio hay una banda romántica local tocando las canciones de la película "Las Vacaciones del Señor Hulot" de Jaques Tati. Se ha habilitado una zona de baile y se ha instalado un pequeño bar a precios populares.

Me gustan las tradiciones, como aquella costumbre de habilitar las urnas como cuna para los recién nacidos. Un lecho de papeletas sirve de cama a los bebés, que se distraen jugando con los votos que les caen encima, hasta ser sepultados por ellos. Las urnas tiene agujeros, como las cajas de los gusanos de seda, para que los recién nacido no se asfixien. A falta de niños, en su interior podrán jugar los hamsters.

A veces se desencadenan diminutos terremotos, cuyo epicentro sucede en el interior de la misma urna electoral. Se forman olas que se agitan en el interior de la urna, y formamos un corrillo para ver el espectáculo. Mi novia lo filma con una obsoleta cámara de Super 8.

Siempre hay un voluntario que prepara canapés y sandwiches, y que ofrece en bandeja a los votantes y a los miembros de las mesas electorales. Es muy querido por todos. El día de las elecciones nadie prepara comida en casa. Es un día especialmente indicado, no solo para engordar, sino también para que se inicie algún tipo de romance gastronómico.

Nos entretenemos haciendo cadenetas de colores, tipo fiesta. A veces se interrumpe la votación porque alguien, un espontaneo, decide leernos un poema que ha compuesto para la ocasión. Después un borrachín abre una botella de Lambrusco. Al tercer vaso de vino las conversaciones son más encendidas; el debate siempre es el mismo, sobre si elecciones son demasiado aburridas.

La votación dura hasta altas horas de la madrugada. El colegio electoral suele cerrar cuando se agota la bebida y los cigarrillos, momento en el que se inicia el escrutinio.

Los resultados siempre son inverosímiles. En realidad una máquina podría elegir a los elegibles, evitando el sobrecoste administrativo, pero se prefirió que no, pues nos perderíamos el momento más esperado del día; la llegada de un juez en bicicleta recogiendo las actas de la jornada. Un juez creado ex profeso para la ocasión. Su misión es entrar silbando en el colegio electoral, mientras adolescentes lanzan pétalos de rosas a su paso, después, se destruyen los votos en una hoguera para no dejar pruebas.

El gran Mandril se puede ver desde el espacio durante la noche electoral. Puntitos de fuego distribuidos por toda la ciudad, hacen las delicias de los niños. Pequeñas hogueras alrededor de las cuales se cantan canciones sobre la igualdad. Después de votar, el azar elegirá a los gobernantes. A la entrada de los colegios electorales una frase nos dice: "El azar siempre tiene razón".

El día siguiente a las elecciones está todo cerrado. No se hace nada, salvo pasear o pasar el día tumbado en el césped del parque. Todos tenemos la sensación de haber vivido una especie de sueño, una experiencia.

Hasta dos días después no conoceremos los resultados electorales. Es una sorpresa. Se corre una cortina y tras ella, aparece el nuevo alcalde. Da igual si tiene papeles o no, si tiene la cabeza como un limón, como un melón o si la tiene cuadrada o amueblada. Da igual si es una persona normal, subnormal o supernormal, lo importante es que sepa bailar.

El alcalde al azar no tiene un ayuntamiento propiamente dicho, cada día trabaja en un despacho diferente; en otras palabras: la vida del alcalde transcurrirá en la casa de los electores, que al mismo tiempo serán también lectores. El alcalde dormirá en sus casas, comerá en sus mesas y dormirá en sus camas. Podrá abandonar su puesto cuando le venga en gana.












martes, 12 de mayo de 2015

¡Cándido en Mandril!



Rebuscando en los cajones de uno de los muebles del Ikea del piso de alquiler donde vivo, he encontrado el capítulo XXXI de "Cándido" de Voltaire. Un documento único, sin duda, más que nada porque yo aparezco allí. Me gustaría compartirlo con ustedes, eso si, pasándolo primero al ordenador, más que nada porque es un documento manuscrito, y ni yo mismo soy capaz de entender mi propia letra.





Cándido en Mandril. Capítulo XXXI "El Globo de la Esperanza"


"Quisiera saber ¿qué es peor, si ser violada cien veces por piratas negros, verse contar una nalga, pasar por las varas de los búlgaros, ser azotada y ahorcada en un auto de fe, ser disecada, remar en galeras, soportar al fin todas las miserias por las que hemos pasado, o sentarse aquí sin hacer nada?" "Cándido" de Voltaire.


Pasábamos los días en nuestro jardín haciendo chistes y cultivando el huerto, escribiendo artículos satíricos, un poema diario, abriendo latas de cerveza del chino y comiendo pistachos al atardecer, cuando en el horizonte apareció flotando algo monstruoso. Era un globo, pero no un globo cualquiera. Era un globo gigantesco que podía verse a cientos de kilómetros. Un globo con la forma de un enorme rostro. Con el rostro de Esperanza Aguirre. Desde el globo un trabajador precarizado lanzaba propaganda electoral al aire, un panfleto cayó sobre nosotros.

Cándido: ¿Quién ese señor que lanza papeles desde ese globo tan horripilante?

Dominguet: Sin duda un trabajador precarizado, ¡qué digo!, un privilegiado.

Cándido: El empleo está bien, es cosa buena, ¿no? 

Dominguet: Si, el trabajo está bien en el mejor de los mundos posibles, como Mandril. ¡Imagínese lo que podría hacer la gente sin trabajar! 

Cándido: Darse a la bebida, ¿no? Hacer chistes, cultivar un jardín, escribir artículos satíricos, escribir un poema diario y comer pistachos al atardecer...

Dominguet: Sin duda, pero eso solo podría ocurrir en el peor de los mundos posibles. 

Cándido: ¡Claro! ¡El mejor de los mundos crea empleo! 

Dominguet: Si, usted está hablando del gran Mandril, de la ciudad sin límites, donde uno puede elegir el tipo de muerte que más deseé; morir atado y demenciado en la cama de hospital, o lanzarse de lo alto del viaducto. 

Cándido: ¿Por el viaducto? Al parecer han puesto unas mamparas enormes para impedir que la gente se arroje al vacío. Por lo visto se estaban aficionando y lo estaban poniendo todo perdido. 

Dominguet: Observe como lanza propaganda electoral al aire... Eso mismo podría hacerlo un mono. Como no hay monos en Mandril, han preferido que los hombres hagan el trabajo de los monos.

Cándido: Pero es que yo estoy en contra de que los monos repartan propaganda subidos desde globos aerostáticos. No solo competirían con el hombre por repartir panfletos, sino que además no habría plátanos para todos. Además, ¿eso no va en contra de la explotación animal?

Dominguet: Sin duda. 

Cándido: Me apenan esos hombres viviendo a base de plátanos. A veces me pregunto, si solo de plátanos vive el hombre...


Lamentablemente el texto no acaba aquí, continúa, pero ya no entiendo mi propia letra y he decidido dejar de pasarlo al ordenador. Tengo apetito, pero estoy aburrido de comer plátanos. Además, es incompatible pasar textos perdidos al ordenador y comer plátanos simultáneamente. No solo de plátanos vive el hombre. 










lunes, 11 de mayo de 2015

Una maquinita de bolsillo para ser otro

Prototipo primigenio de la máquina para ser otro. La primera máquina tenía dos opciones, la de ser un marciano o la de ser Rousseau. Los modelos más avanzados permitieron hasta cuarenta y cinco posibilidades. Continúo investigando en el desarrollo de nuevas máquinas para convertir a los individuos en muchas variedades de personas. Hay gente que me pide la máquina definitiva, una que tenga  tan solo una opción, esto es, la de ser uno mismo, pero eso es muy difícil. Es más fácil construir una máquina en la que ser un millón de opciones diferentes.



La máquina de ser otro

He creado una pequeña máquina -adjunto croquis para quién quiera construirla en casa-. Es una máquina de mutaciones o conversiones. En esta primera versión la máquina ofrece la posibilidad de tan solo dos mutaciones; la posibilidad de convertirse en Rousseau o en un marciano. La segunda versión de la máquina permitirá hasta cuarenta y cinco transformaciones, cuarenta y cinco maneras de ser otro.

El prototipo más avanzado será de bolsillo y permitirá la posibilidad de mutar cuarenta y cinco veces, de ser cuarenta y cinco veces otro. Esta máquina podría trasformar al usuario, es decir, al cumplirse el viejo sueño de ser otro, podría encontrarse por casualidad a sí mismo. Reconozcámoslo, la mayor parte de la población de Mandril, siente que no está viviendo su propia existencia, la suya, en la que podría reconocerse según sus propios gustos, sueños, necesidades o visiones. Más bien se encuentra en una vida que no es la suya, sino en otra que le ha tocado, que se ha encontrado, o que le han engañado diciéndole que era la suya . Mi máquina no permite vivir la propia vida, esa que nos correspondería, y que por lo que sea, ha pasado de largo o ha quedado encerrada en algún lugar que no puedes ver, o que ha caminado en dirección contraria a la tuya. Mi máquina te permitirá vivir otra vida, y con algo de suerte, encontrar la senda que te lleve a encontrarte a ti mismo. A veces parece que estamos perdidos.

 La maquinita no ocupará demasiado espacio, es mucho más pequeña que el móvil, y se presenta en dos colores, verde y gris, y dos opciones: ser Rousseau o ser un marciano. Es aconsejable que maneje la maquinita en sus días libres, rodeado de sus seres queridos, no sea que algún día no pueda regresar a su propio cuerpo.  De momento tiene pocas variaciones, probablemente insuficientes, pero podrá convertirse durante sus paseos solitarios en Rousseau. Lamentablemente, no podré ofrecerle la peluca ni el vestuario de época. Si usted quiere ser Rousseau, tendrá que serlo en el gran Mandril del siglo XX, y me temo que tendrá que ir en vaqueros. 

Si usted desea convertirse en ser un recién llegado, mi maquinita de bolsillo le ofrecerá la posibilidad de ver el mundo con nuevos ojos, con otra mirada, en otras palabras: ser un marciano. El riesgo que supone adoptar esta posibilidad, es enorme. Es preciso agilidad suficiente, reflejos, y una amplia sonrisa ante el apedreamiento generalizado contra su persona. Sea como fuere, ya me han hecho llegar las primeras reclamaciones, indicando que el botón para seleccionar el personaje a elegir se encuentra defectuoso. Esto es, que en vez de ser Rousseau o un marciano, se han encontrado siendo un Rousseau amarcianado. 



miércoles, 6 de mayo de 2015

Pensar y pasear se parecen demasiado


Me pregunto cuando empecé a odiarme

Un escrito pensado durante el paseo

En algún momento de nuestras vidas todos hemos sido paseantes o algo parecido, aunque sea en trayectos breves, caminado hacia el automóvil. 

¿Será qué nos odiamos?, sino, ¿por qué  la ciudad, los pueblos y los campos, están pensados contra el paseante? Todos somos paseantes y sin embargo todo está en contra del paseo, ¿a qué viene tanto desprecio? 

Me pregunto cuando empecé a odiarme, ¿o simplemente es que me odian? Durante el paseo gasto poco, ¿es por eso? Los comerciantes apenas caminan, pasan el día estabulados, sin moverse del interior de sus establecimientos. Miro a través del escaparate y les veo; no tienen tiempo para pasear, les parece una pérdida de tiempo. No es casual que los comerciantes abran el día de la huelga general.  Durante el paseo descubro el rostro de los otros, puedo escuchar su aliento, ¿es por eso por lo que no encuentro a los poderosos paseando junto a mí? Estarán caminando en una cinta para correr en un gimnasio. ¿Por qué ese desprecio al paseo? Quizá exista una antigua relación de paseo y pobreza y sin embargo, pocos somos lo suficientemente ricos para pasear. Actualmente el paseo se ha convertido en un lujo.

Los paseódromos son una farsa, los parques también. Reconozco que me gustan, pero apenas sirven para pasear. Reductos donde camino dando vueltas y vueltas, sin sentido, como un loco, ¿no es eso lo que se hace en las prisiones y los manicomios? No se trata solo de andar, sino de pasear. Si tan solo quisiera caminar  me bastaría la rueda que los hámsters tienen en sus jaulas. Cuando paseo en la ciudad se abren alternativas a cada paso. La expectación es permanente, es como si estuviera a punto de ocurrir siempre algo.

Un encuentro fortuito, encontrarme con alguien que me gusta y caminar a su lado, sintiendo como vibra todo mi cuerpo. Pasear sin rumbo y a la deriva, siento como si a cada instante me hiciera más inteligente. Me permito el placer ensoñar. Sé que no necesito ir en avión durante mis vacaciones programadas a un mundo distante para descubrir la aventura y estimularme, la experiencia se encuentra en la calle de al lado, a tan solo un paso.

Pasear no es fácil, yo todavía no sé. Enseguida caigo atrapado por grandes atractores; grandes avenidas por donde miriadas de hombres y mujeres son arrastrados. Percibo que no sé pasear, que hay algo que delata mis movimientos, y sin embargo está ocurriendo, me miro en el reflejo de los escaparates y me empiezo a gustar. Aun así, carezco de la experiencia del gran paseante, pues todavía no he roto uno de los grandes tabúes urbanos. Continúo sin hablar con otros paseantes. Si lo hiciera, el asombro sería mayúsculo, tanto para el interlocutor como para mí.

Pasear no es fácil, no. Pasear no tiene límites, y sin embargo, me cuesta perderme más allá de la ciudad. Enormes anillos que circunvalan el gran Mandril, cortan mi paso e impiden el paseo. Pasear no es fácil, las calles están plagadas de terrazas, y aunque me gustan, también siento la necesidad de volcarlas, de arrojar fuera de la acera, a la calzada, las mesas y las sillas, ante la mirada atónita de conductores y clientes. Los automóviles siguen siendo los grandes enemigos de los paseantes, el camino y las sendas han sido destruidas y se nos ha expulsado a los márgenes. No hay bancos en las calles, cuando debería haber uno cada pocos metros, tampoco hay fuentes, ¿por qué debería haberlas si no hay paseantes?, ¿por qué debería haberlas si se odia a los paseantes? A los que se ama se les calma la sed, y se les entrega la sombra de los árboles y bancos para el descanso. Se odia el paseo, de la misma manera que se odia el pensar, ¿se han dado cuenta que pasear y pensar suenan demasiado parecido? El ruido es el gran invento para evitar que paseemos y pensemos. Me gusta pensar durante el paseo, ensoñar, pero es muy difícil con tanto ruido y tan constante. Surge espontáneamente el pensamiento y la fantasía durante el paseo, pero se interrumpe continuamente, ¿o es que se trata de que no pensemos? Entonces toda esta inquina contra el paseo, ¿no será una guerra oculta contra el pensamiento y la fantasía? ¿Será por eso que los enemigos del pensamiento siempre vuelven? ¿Volverá Esperanza Aguirre al gran Mandril?








sábado, 2 de mayo de 2015

¿Por qué desapareció el género humano?

El fin de la humanidad


Está cambiando nuestro físico. No es que nos hagamos viejos, lo que ocurre es que nuestros cuerpos se transforman en otras cosas.

Al despertar de la siesta

El primer hombre que mutó adquirió la forma de algo parecido a una babosa. Un cuerpo muy blando y antenas. Inmediatamente fue detenido, se le puso en cuarentena y se le aplicó la ley antiterrorista. Más tarde supimos que murió en la cárcel; al parecer le hicieron la autopsia estando vivo. El informe forense resultó interesante: había dejado de ser una persona. Corporalmente no podía ser incluido en el género humano, pero mantenía el corazón intacto. 

No fue el único caso, después de él aparecieron más. Monstruos sin duda. Cuerpos radicalmente diferentes los unos de los otros. Fueron apartados, recluidos en centros, lejos de la vista de aquellos que aun mantenían atributos humanos. Primero se les aisló en estadios, por si fueran contagiosos, después en barrios. Más tarde se les confinó a Madagascar, pero su número seguía aumentando. En cualquier momento uno podía convertirse en otra cosa. 

La importancia del número

Nadie estaba a salvo de convertirse en otra cosa. Sucedía en un instante; al salir de la ducha, tras apagar el despertador, durante un paseo. No podían atribuirse a sucesos extraordinarios las multitudinarias mutaciones que se venían sucediendo, quizá eran los pequeños actos de la vida cotidiana, como prepararse un té, por ejemplo. Uno se lavaba los dientes, se enjuagaba la boca y tras mirarse al espejo descubría que se había convertido en un monstruo. Al principio llevaban una vida errante, escapan de sus hogares, sus seres queridos no les reconocían. 

El número es muy importante. Lástima que no se estudie más cómo los números afectan a la existencia. Un solo número más, y la vida cambia inesperadamente. Un número más, y los monstruos dejaron de ser monstruos. Dejaron de dar repelús para convertirse en algo pintoresco. Ya no eran minoría. Eran pocas las gentes con aspecto humano.

Había algo de maravilloso cuando a los monstruos les comenzó a gustar el cuerpo montruoso de los monstruos. Se atraían como imanes, y comenzaron a reproducirse, por le placer de copular. Unos días por esporas y otros por bipartición o esquejes, por ejemplo. Fruto de estos encuentros vieron la luz cosas tremendamente extrañas y sorprendentes.  Mientras tanto desapareció el género humano. 

El género humano se extinguió, sin necesidad de guerra: un problema de fecha de caducidad. La humanidad había perdido la hegemonía, siendo sustituida por algo más variopinto, que ni  tan siquiera podía catalogarse como especie. En realidad eramos tantas especies y razas como individuos. Eliminar a un solo ser, era como extinguir a toda una especie, un crimen contra la diversidad. Nos apañamos ideando un nuevo estatuto que iba más allá de los derechos humanos; mucho más chulo, más divertido,  y que además se cumplía.




 
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