Muchas veces se confunde el amor con el odio. Espero que este curso avanzado de filosofía gatuna resuelva algunos incognitas sobre lo oscuro del amor.
¿Por qué odio a los gato?
Tener un gato, en el plano ideal, es como un bucólico paseo por el bosque, pero en la realidad es otra cosa: es un monstruo horripilante. Antes de continuar con mi exposición, es conveniente aclarar que no odio a los gatos, sino al concepto. Lo cierto es que de ninguna manera odio a los gatos, sino que los amo, por eso mismo, porque los amo, los quiero lejos de mí.
Entra un gatito al piso donde vivo para pasar sus vacaciones conmigo. Su dueño, se ha ido a la playa.
El gato y las soledades
Hay que pagar un precio horroroso para que la soledad sea más soportable. Lo diré claramente: para soportar la soledad hay que arrastrar a otro ser a la misma. Pero ese precio no lo paga uno mismo, a no ser que tenga una conciencia y una sensibilidad elevada de la realidad, sino que lo paga el otro.
Hay gente que tiene gatos para no sentirse solo, otros pareja, otros hijos. Otros las tres cosas. La soledad tiene una paradójica singularidad; se combate creando más más soledades. Es expansiva. Dos seres que de vez en cuando se sentían solos a tiempo parcial, se juntan y ahora se sienten solos a tiempo completo.
Yo creo que no es un gato. No hace las cosas que deberían hacer los gatos. Se está desintegrando ante mis ojos.
Estamos creando fantasmas
Alguien se compra un gato para dejar de estar solo, y acaba empujando al gato a la soledad. Un gato encerrado en un piso, dando vueltas aquí y allá, dormitando, sin nada que hacer, sin nada que cazar, sin nada que amar, sin nada que leer. Ni tan siquiera puede ver una película. Eso no es un gato, ya no lo es; eso es un fantasma.
Nadie quiere hacerse cargo de la realidad
Nadie quiere hacerse cargo de la realidad ni de las palabras. Preferimos que se nos denomine como cuidadores, compañeros. No nos gusta vernos como dueños. Quién posee un gato es un dueño, por mucho que nos moleste la palabra. La relación es de dueño y siervo, en cuanto que nos sirve. Nos sirve para nuestro regocijo, para soportarnos a nosotros mismos y a nuestra soledad, a nuestro aburrimiento. Tenemos ganas de dar amor, por eso al final servimos al gato, le obligamos a recibir amor. Nos sigue sirviendo. Trabaja para nosotros, aunque el gato ni siquiera lo sepa.
Nunca jugamos. Nunca conversamos.
Quince minutos para jugar con el gato
Son quince los minutos al día los que dedicamos a jugar o a conversar con nuestra pareja, a veces menos. A veces ocurre que llevamos años sin conversar. Son quince minutos los que dedicamos a jugar con el gato. Es tarea obligada para sentir que somos humanos, que somos aptos para dar afectos, que todavía no nos hemos convertido en insignificantes seres de piedra. Quince minutos al día para soportar al gato. Lo que no sabemos es si el gato nos soporta a nosotros.
Las alergias se expanden
No es tanto que cada vez haya más alérgicos a los gatos, lo que ocurre es que cada vez hay más gente que tiene gatos. Esto amplía el territorio de lo alérgeno. Un espacio vedado para 1.400 millones de personas en el mundo, el 20% de la población mundial. Cada vez hay más solitarios con necesidad de gato, y por tanto, cada vez hay más gente sensibilizada a la alergia de gato. Esto supone miles de millones de metros cuadrados inaccesibles a los alérgicos. Queríamos hacer un solo mundo, sin fronteras, y ahora las fronteras se encuentran por doquier.
Cuando un gato entra a casa, los amantes alérgicos escapan por la ventana.
Lo dije antes; la soledad crea soledades
Los gatos separan a los amantes alérgicos. Entra un gato a casa para estar menos solo, y automáticamente, se reduce el número de amigos, de amantes, de visitas. La vida se hace más aburrida, se comparten menos experiencias. Los que tienen gatos, ya no pueden amar a los alérgicos, los alérgicos ya no pueden amar a los que tienen gatos. La soledad se expande. Entra un gato a casa para sentirnos menos solos, y los amantes alérgicos escapan por la ventana.
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