sábado, 5 de diciembre de 2015

Conversaciones con la luna


 Un día la luna comenzó a hablar, incluso se convirtió en diosa, aunque en realidad no sabemos cual era su sexo, ni siquiera si tenía sexo.


 La luna sobre Mandril



La luna comenzó a hablar. Decir que desde que la conozco es cada día mejor conversadora; ha mejorado su sintaxis, ampliado su vocabulario, incluso domina algunos recursos narrativos, como la hipérbole. Esto era maravilloso. Lamentablemente el influjo de la luna sobre mi cuerpo me ha afectado negativamente: me salen granos.

Todos esperábamos los días de luna llena con júbilo, y disfrutábamos de las noches en las calles hablando con la luna, festejándola. Esto nos permitió interaccionar los unos con los otros; incluso copular al aire libre bajo su luz cadavérica, parecía muy excitante. Sin embargo, había algo extraño en todo ello. Si, follábamos bajo su luz, hablábamos con ella y bailábamos al corro de la patata, incluso comíamos pistachos, asombrados, mientras vivíamos en nuestros cuerpos este enorme espectáculo, pero faltaba algo.  Saludábamos  a la luna, y ella nos decía "hola", pero era raro.  La luna no tenía cara. Queríamos ser amigos de nuestra diosa, pero en fin, no era más que una inmensa roca. Había algo poco creíble en la luna como diosa. Por suerte o mala suerte, a alguien se le ocurrió una idea. Construir un rostro para la luna.

Construir un rostro para la luna quizá parezca grotesco, pero a la luna no le pareció mal, incluso es posible que fuera una ocurrencia de la propia luna, pero ya no lo recuerdo. Hay muchas formas para conseguir que uno crea que una idea es propia, cuando en realidad es de otro, en este sentido,  estoy convencido de que en realidad fue una jugada de la luna.  No podía obligarnos a construirla una cara, ni si quiera sugerirnos que deseaba un rostro, solo podía ir dejando caer las palabras hasta que alguien dijo "Qué bonito sería que la luna tuviera cara". Se insiste en que hubo consenso sobre el asunto, pero yo estuve en contra, aunque dio igual, porque nadie me hizo caso. Mis argumentos eran variopintos, por ejemplo, técnicamente era posible construir rostro a la luna, a costa de que la mitad de la población mundial  moriría de hambre. Además, con qué criterio se elegiría su rostro,  no olvidemos que una moda siempre es una moda, y lo que hoy es bello, quizá mañana sea horroroso. Y claro, levantar la vista por la noche y ver a un monstruo, no mola nada. A mí, la verdad, que la luna tuviera cara me cortó el rollo, aunque me hacía ilusión copular bajo su resplandor,  me sentía observado y cohibido con solo pensar que la luna pudiera tener ojos. Por lo demás, todo correcto, algunas guerras mundiales motivadas por las hambrunas fruto de la fabricación del rostro de la luna. 

Yo tenía la sensación de que en realidad la Luna no hablaba, que era solo una pantalla. Me gustaba imaginar que tras una cortina había un hombrecito con un micrófono hablando como si fuera la luna; alguien que trabajaba para la industria aeroespacial y las constructoras. Pero cómo creer semejante discurso, si de los ojos de la luna, cuando nos miraba, brotaba una enorme lágrima que descendía de los cielos anegando algunos barrios del extrarradio.




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