jueves, 4 de febrero de 2016

El caso del hombre con una bomba adosada en el pecho


"He despertado con una bomba pegada en el pecho"



 El hombre que tenía una bomba pegada al pecho


He despertado con una bomba adosada en el cuerpo, adherida con cinta aislante de manera poco delicada en el pecho, sin gusto. He pensado en la posibilidad  de quitármela en el baño, donde se encuentra el único espejo del piso. En caso de deflagración tan solo se deterioraría este pequeño espacio.

Y sin embargo no me he atrevido a quitarme la bomba. Al verme desnudo en el espejo del baño, el reflejo de mi yo me ha evitado la mirada. "No lo hagas", parecían decir sus ojos.

"Mi reflejo quería seguir permaneciendo"

Leí en la prensa la noticia de un hombre trató de quitarse una bomba en el pecho y le explotó. Perdió la cabeza. Hay que ser cuidadosos y mantener la cabeza hasta el final, aunque bien pensado, aquel señor la mantuvo hasta el último instante. Nunca debió despojarse la bomba sin la supervisión de un especialista; es peligroso. 
Así que me he afeitado con delicadeza, no fuera a mojarse el mecanismo del artefacto. He ojeado la guía telefónica y he buscado la dirección de un artificiero, pero antes de ir en su busca, he hecho la compra en el Mercadona.
Es una sensación muy extraña hacer la compra con una bomba pegada en el pecho, como vivir un sueño. El hilo musical de fondo y yo recorriendo los pasillos tratando de encontrar la sección donde está el chocolate negro. Hoy el cuerpo me pide azúcar. Y a todo esto la posibilidad de que un acontecimiento inesperado cambie el rumbo de mi existencia para siembre; un movimiento brusco, y toda la realidad podría desaparecer en un instante. Después he cogido el metro, para no perder demasiado tiempo en el coche, y he sentido la misma sensación.
La vida me sonríe, la bomba todavía no ha explotado, a pesar de que el artificiero vive en un cuarto sin ascensor. Al abrirme la puerta me ha mirado con cierta tristeza. Me llaman la atención sus manos, son como tenazas o pinzas, me recuerda a una langosta. El artificiero se ha desabrochado su camisa y me ha enseñado el pecho; él también tiene su propia bomba. Hay veces que es mejor no decir nada. He bajado los cuatros pisos sintiendo una intensa irrealidad.
"Me ha mirado con cierta tristeza"

Vuelvo a casa dando un paseo, sin prisa, hoy es mi día libre. Los otros hacen sus cosas, van al trabajo, vuelven, recogen a sus hijos del cole,  vuelven de la mano y se me van los ojos. No puedo dejar de mirar sus cuerpos y sus pechos, y trato de escuchar, por si acaso un tictac se ocultara bajo sus ropas.  Y de repente, sin saber por qué, pienso en las manos del artificiero.








 
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