Algunas consecuencias de la monetarización de la sexualidad
El hombre al que le salía el dinero por las orejas
Me sale el dinero por las orejas. No sé como ocurre, pero cuando me masturbo y llego al orgasmo, un billete de cinco euros perfectamente enrollado me sale por la oreja.
Un billete de cinco euros de curso legal, eso es todo lo que me sale por las orejas cada vez que me masturbo. No es mucho, en realidad es demasiado poco. Cinco euros por orgasmo no me permite liberarme de las cadenas del trabajo forzado, más bien es un pequeño complemento que monetariza mi sexualidad, y por qué no decirlo, ha trasformado mis costumbres.
He caído en una deriva masturbatoria. Detrás un de un orgasmo siempre hay cinco euros. Si consiguiera veinte orgasmos al día, podría ganar cien euros diarios, tres mil eurazos al mes. Por suerte, los expertos siempre se equivocan, si fuera por ellos, ya me hubiera convertido en la prueba viviente de que la masturbación reblandece la médula espinal y el cerebro. A estas alturas, ya habría perdido todo el fósforo del cerebro a través del semen. Me gusta pensar que la masturbación podría hacerme más inteligente, pero al estar mediada por el dinero, me temo que tampoco es cierto.
Dedico una gran parte de mi energía y mi tiempo en la creación de fantasías sexuales a todas horas, es agotador, enseguida se acaba el repertorio. Apenas tengo tiempo para escribir artículos humorísticos en este periódico porque dedico toda la imaginación posible en pensar en chicas desnudas, o al menos la suficiente para conseguir la siguiente erección. Desde que tengo el don de transformar el semen en dinero, leo menos. La masturbación es maravillosa por placer, pero agotadora cuando se convierte en trabajo.
Dedico una gran parte de mi energía y mi tiempo en la creación de fantasías sexuales a todas horas, es agotador, enseguida se acaba el repertorio. Apenas tengo tiempo para escribir artículos humorísticos en este periódico porque dedico toda la imaginación posible en pensar en chicas desnudas, o al menos la suficiente para conseguir la siguiente erección. Desde que tengo el don de transformar el semen en dinero, leo menos. La masturbación es maravillosa por placer, pero agotadora cuando se convierte en trabajo.
Cada vez tengo menos amigos, aunque a veces me llaman por teléfono, pero tengo que mentir, inventar alguna excusa. Me resulta imposible admitir la verdad, esto es, que no puedo quedar con ellos porque me tengo que masturbar. No lo comprenderían. Quedar significa perder dinero.
"Me inquieta la masturbación a los 90 años"
Me preocupa y mucho la vejez, la llegada de la decrepitud, la impotencia sexual, el fin de mi singularidad, que en definitiva, no es otra cosa que mi identidad, pero que he tenido que mantener en silencio por temor a convertirme en sujeto de estudio e investigación, a perder mis cualidades, a que me abran el cráneo en busca de este secreto que se desvanecería en contacto con la luz. Una vejez sin erecciones significa dejar de ser yo, empobrecerme. A medida de que los orgasmos se compliquen, me costará más llegar a esos cinco euros, todo ello ello agravado por una continua inflación, una perdida continúa del valor de orgasmo, y donde para conseguir la misma cantidad de dinero, deberé masturbarme el doble veces, invirtiendo cuatro veces más de tiempo.
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