Nos encontramos en Mandril, en el mismísimo gran Mandril. Una mota de polvo si se contempla desde la montaña más alta del mundo, y donde seis mil millones de seres se agitan en las calles, títeres de las tempestades y las pulsiones, como bielas de una enorme máquina. Mandril, la ciudad donde los chistes ya no están de moda, donde se cuentan a escondidas. Por suerte, antes de sufrir un derrame cerebral, he conseguido entrevistar a Guillermo Zapata, el concejal de cultura más breve en la historia del gran Mandril. Así que si me lo permiten, titularé esta entrevista como:
¡Concejal por un día!
Dominguet: Buenos días, y gracias por concedernos esta exclusiva.
Guillermo Zapata: Si le digo la verdad, desde hace años deseaba ser entrevistado por usted o por La Gallina Vasca. Puedo decir, que por fin, he visto mi sueño realizado. Ya puedo morir.
Dominguet: Si es que va a morir, ¿podría esperar hasta el final de la entrevista?
Guillermo Zapata: Hay cosas por las que no podemos esperar...
Dominguet: Si es que va a morir, ¿podría esperar hasta el final de la entrevista?
Guillermo Zapata: Hay cosas por las que no podemos esperar...
Dominguet: ¿Se encuentra bien? Le veo diferente.
Guillermo Zapata: ¿Lo dice por mi barba blanca? Es que estoy madurando.
Dominguet: No tanto por su barba como por la silla de ruedas, ¿es que va de incógnito?
Guillermo Zapata: No es nada, se me rompieron las piernas. Caí por las escaleras del ayuntamiento, nunca llegó la ambulancia.
Dominguet: ¿Un ajuste de cuentas o un ajuste de cuentos?
Guillermo Zapata: ¿Insinúa que caí rodando por las escaleras del ayuntamiento por contar un chiste? Se equivoca, amigo. El caso es mucho más sencillo.
Dominguet: ¿Ah, si?
Guillermo Zapata: No dejan pasar al ayuntamiento con calcetines blancos.
Dominguet: ¿Está reservado el derecho de admisión?.
Guillermo Zapata: Ahá... Así que intenté entrar con sandalias...
Dominguet: Y alguien le empujó...
Guillermo Zapata: Creo que fue la mano invisible del libre mercado. Pero no la culpe, a veces no sabe lo que hace.
Dominguet: Estaba seguro de que todo lo ocurrido se desató a partir del momento en el que usted dijo esa frasecita en latín, cuando iba a prometer el cargo de concejal, y que nadie conocía...
Guillermo Zapata: "Omnia sunt communia".
Dominguet: ¿Eh?
Guillermo Zapata: "Todo es de todos".
Dominguet: Vaya por dios, qué ocurrencia. ¿Acaso no sabía que el ayuntamiento no pertenece a todos, sino a potentes constructoras, corporaciones, fondos de inversión, y algunas familias y clanes?
Guillermo Zapata: Ah, bueno, sí... Quería hacerme el graciosillo.
Dominguet: ¿El graciosillo?
Guillermo Zapata: Si, sé que está mal visto contar chistes, pero en fin, me salió de pronto.
Dominguet: Ya sabe las consecuencias...
Guillermo Zapata: Dimisión, cárcel y ejecución...pero no tiene porque ser necesariamente en este orden.
Dominguet: ¿No será un chiste?
Guillermo Zapata: No, ya he dejado de contar chistes.
Dominguet: Menos mal que no es un chiste, sino tendrían que ejecutarle dos veces.
Guillermo zapata: ¿No será un chiste?
Dominguet: No, solo es una opinión. ¿Las opiniones no están prohibidas, verdad?
Guillermo Zapata: Las opiniones y la difamación, siempre que no hagan gracia, no hay problema.
Dominguet: ¿Pero es verdad que el humor está prohibido en Mandril?
Guillermo Zapata: En realidad no están prohibidos los chistes, lo que ocurre es que al ejecutarte por contarlos, los humoristas han ido perdiendo gracia. El chiste esta cada vez peor visto, cada vez se parece más a la poesía. Pero es normal, en cuanto los humoristas ya no pueden hacer chistes con gracia, el espectáculo decae, a nadie interesa ya sus comedias, ni los periódicos satíricos, ni las viñetas de humor gráfico...
Dominguet: ¿Qué quiere decir?
Guillermo Zapata: Al convertirse el humor en algo ofensivo, solo podían contarse chistes del tipo: "Un vasco, un catalán y un mandrileño, entraron en un autobús, y se sentaron en sus respectivos asientos".
Dominguet: La verdad, no cojo, el chiste.
Guillermo Zapata: Efectivamente, porque no hay chiste. Ese es el problema. Observe la tensión latente en cada mandrileño, observe las venas en sus sienes; están a punto de explotar. Al desaparecer el chiste ha aumentado el número de infartos cerebrales. El chiste era un gran invento, aunque también una válvula de escape. Ahora las pulsiones emergen bajo todo tipo de formas, el consumo de bollos se ha disparado.
Dominguet: ¿Aumentará entonces la violencia?
Guillermo Zapata: Es paradójico. Intentas acabar con los chistes porque podrían ofender o incitar al asesinato, y lo que ocurre es que no solo se dispara el asesinato y la barbarie, sino que además, la gente comienza a contar chistes a escondidas.
Dominguet: He leído por ahí que los chistes no son verdades científicas, ¿es cierto?
Guillermo Zapata: Es posible. Yo también he leído que no son opiniones, aunque podrían serlo. Pero también he leído que son unidades mínimas literarias, ficciones. Dicen que los chistes no crean dolor, sino que lo rebajan, incluso que el objetivo del chiste es hacer reir.
Dominguet: ¿Podrían ser los chistes una forma soterrada de fascismo?
Guillermo Zapata: Ni idea. Lo único que sé es que mientras tanto a mí me han puesto en la solapa del abrigo una estrella amarilla, y no parece un chiste.
Dominguet: ¿Una estrella amarilla en la solapa?
Guillermo Zapata: Si, por graciosillo. Con esta estrella no puedes pasar a las instituciones. Solo te permite entrar a los bares.
Desarrollar la acción política en los bares, quizá mole, pues podríamos entrar en contacto con las intersubjetividades de los demás, si es que lo hacemos. También podría ser el bar, el lugar del aislamiento, ese lugar donde los crimentales se retiran de la vida pública a jugar al ajedrez. En cualquier caso, parece que hay otros lugares donde desarrollar más eficazmente la acción política.
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