domingo, 16 de agosto de 2015

¿Por qué los padres quieren matar a los niños?

Me quería comer el mundo, y al final me comí a mí mismo

 
¿Por qué los padres quieren matar a los niños?

Hay preguntas que nunca deben hacerse, pues lanzar una pregunta a la esfera pública puede traer consigo una respuesta dolorosa. 

Se dejó caer la pregunta y comenzó el debate. Cuando se hicieron públicas las respuestas, todo Mandril enmudeció. Algo inesperado, horrible, nos había transformado en monstruos. Éramos amables, almas buenas, y ahora nos habíamos convertido en esto. Nadie quiere ser un monstruo.

"¿Quieren ustedes que sus hijos sean asesinados?"

Un 80% de los padres respondió rellenado la casilla correspondiente con un "Si, quiero que los maten"

¿Cómo iban a sentirse los padres ahora? Ningún padre individualmente, de manera particular, quería hacer daño a su hijo. Tal idea, ni tan siquiera pasaba por la cabeza, y si atravesaba fugazmente su mente, lo consideraban atroz, y la espantaban tratando de no pensar, ocupándose de cualquier cosa. Pero desde luego, estaba claro que deseaban matar a sus hijos, asesinar al resto de los niños, el test que habían realizado no mentía, ellos sí, aunque todavía no lo sabían.

Cómo explicar que los padres amaran a sus hijos por encima de todas las cosas y al mismo tiempo sus acciones se encaminaran a una sola y  única tarea: la muerte de todos y cada uno de los niños del mundo. Cómo explicar que todo el amor ofrecido, todas las atenciones, iban encaminadas al asesinato general. Pretender salvarse, salvar únicamente a sus hijos, no era otra cosa que adelantar el minutero de la catástrofe, de echar más gasolina al fuego, de quemar todos los puentes con el mañana. La alocada carrera en pro del interés particular, del propio o de los suyos, estaba destinada al desastre. Todo empezó por los pequeños gestos; por apropiarse del asiento de los ancianos en el trasporte público. Este "Yo primero" acabó cercando el barrio e incendiando el resto de barrios.

A la entrada del gran Mandril, durante los tiempos cuando todo era posible, una enorme pancarta nos recibía con un amable lema que decía "Los niños primero", sin embargo, alguien había cambiado el texto a escondidas, y ahora, rotuladas con tinta indeleble, unas enormes letras gritaban desde lejos "Mis hijos primero", y no, no era lo mismo.

Ese "Mis hijos primero" lo que enseñaba era adelantar posiciones, tomar ventaja, apropiarse de lo de los otros, que todavía ni tan siquiera habían nacido; el asesinato de los niños del futuro. Era conveniente no pensar demasiado en ello, aunque algunos padres escribieron cartas que enterraron en cofres de acero inoxidable, resistentes a cualquier catástrofe, para  que  fueran abiertas en el porvenir. Probablemente eran cartas de disculpa, singularmente aterradoras:

"Perdonar si es que me he comido y bebido lo vuestro,  pero es que era  insoportable el aburrimiento. Las cosas vinieron así. Yo no os quería el mal, pero es que tengo derecho a pasármelo bien.  Espero que la ciencia lo solucione".- decían las cartas.
 
"Espero que la ciencia lo solucione", pero cómo iba a solucionarlo. He observado a los hombres del presente y creen que los científicos son magos, pero la ciencia no hace magia. Cómo iba a crear bosques donde ya no hay  nada, cómo iba a  devolver el rio a las tierras yermas. No, no se consiguió construir el pozo de petróleo inextinguible a tiempo, ni el trozo de carne inacabable de un ser enorme doliente para servirnos, ni una simple fuente interminable de cereales. No consiguieron sacar la vida de  la chistera, nos dimos cuenta demasiado tarde de que la ciencia no tenía chistera. Y sin embargo, lo más asombroso, es que nada se había agotado para siempre. Lo que ocurrió, probablemente, es que ya nada pertenecía a todos.






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