sábado, 5 de septiembre de 2009

El problema de no saber renunciar a nada

Lo maravilloso de no saber renunciar a nada

Dominguet oye voces. Son las voces de los deseos que se acumulan y van llenando cada rinconcito de su cerebro. Cada deseo habla con voz alta y clara y dice; "¡Yo primero Dominguet!"

Son solo deseos, pero para que existan deben ser realizados. Son tantos, que no sabe por donde empezar, así que abre una cerveza y se lía un cigarro mientras los deseos dicen "¡Ehhh, estamos aquí!" Y así encuentra que tiene un tebeo sin acabar de dibujar, un teatro de titeres esperando ser realizado algún día, un periodiquito llamado 14,85, posibles grabaciones que se aburren en una cinta magnetofónica en blanco, unas viñetas de humor gráfico que le exigen acción a diario, la permacultura como vida cotidiana, una revolución planetaria en 2022 que dice "No me olvides", y algunos millones de deseos más que gritan y le despiertan a medianoche noche y le dicen "¡Qué pasa contigo tio!". Oh, Dominguet no sabe renunciar a los deseos. No hay tiempo. Es el cansancio, el transporte, el trabajo forzado, las obligaciones sobrevenidas, la realidad que se le impone y el cansancio agotador los que deciden cuando puede realizar sus deseos pasionalmente. Pasionalmente. Él hace todo lo posible, pero quizá no sea lo suficiente


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