La historia del Hombre Climático, se inicia en realidad en este preciso momento.
El Hombre Climático
"Me gustaría que lloviera"- Me dije en voz alta. "Hace demasiado calor", y entonces comenzó a llover. Me encantan las casualidades, pero en cuanto pensé "Ojalá salga el sol", las nubes se disiparon. El primer rayo de luz que atravesó la atmósfera cayó sobre mí, y me inquietó. Las casualidades existen, incluso pueden concatenarse, pero aun así creo que hay límite numérico. Una serie de casualidades favorables sería lo que se denomina buena suerte, pero que en el plano atmosférico suceda inmediatamente lo que me gustaría, sobrepasa la frontera de lo casual. "Los individuos extraordinarios aparecen cuando uno menos lo espera, entre la masa informe de seres ordinarios" - Me sorprendí por este pensamiento y me asusté. Yo era masa informe ordinaria o lo había sido.
Pasar de ser masa informe a individuo extraordinario, no es fácil, a mí me apareció el temor a ser diferente. Visto con perspectiva tiene algo de gracia; toda mi existencia queriendo significarme, deseando un potencial, y cuando por fin aparece, me quedo petrificado, sin saber qué hacer. Tardé años en realizar nuevos ensayos climáticos, y aunque practiqué en el vecindario, lo hice con moderación, cambiando el tiempo a mi antojo distanciadamente, en continuo anonimato. Era incómodo, como si estuviera haciendo algo mal a escondidas. Tenía la sensación de que mis vecinos guardaban sospechas sobre mí que no explicitaban, o si lo hacían era mediante giros, metáforas y dobles sentidos. No estaba seguro de que estuvieran hablando de mí, pero lo intuía. Guardar un secreto puede enloquecer a los hombres.
Siempre me he preocupado por el bien común. A veces creo ver en el ser humano dos modelos de individuos, aquellos en los que predomina un interés por el bien particular, y otros en los que predomina el interés por el bien común. Yo soy del bien común, pero vivir creyendo en él dentro de una masa informe que solo piensa en el interés particular me resulta desasosegante. Me sentía solo, más aun cuando al descubrir lo extraordinario en mí, continuaba actuando como si no lo fuera. Permanecía en la marejada de la multitud, oculto a las miradas. El infierno es eso, no ser visto.
Estas dos circunstancias; lo extraordinario y mi sentido del bien común, me arrastraban a la frontera que jamás había traspasado, hacerlo suponía caer en Tierra Incógnita. Aproximarme hacia lo desconocido producía en todo mi cuerpo el recuerdo de sensaciones infantiles, como cuando en clase de natación al borde del trampolín percibía el abismo. El vacío a solo un paso, y a pesar de todo darlo.
Querer entregar mi potencial a todos, a las tierras yermas, a la sequía que nunca cesa. Durante cuarenta y siete años había permanecido en el punto ciego de todas las miradas. Estaba muerto. Ahora se trataba de dar el paso y caer en el precipicio a la vista de todos, de ser público, de revelarme. Era el momento del parto. Hay que cambiar el tiempo.
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