Hay buenos grupos de música en el planeta
Vacaciones en el planeta de los simios
Desde que las vacaciones pagadas han dejado de existir, recuerdo con añoranza el estío en el planeta de los simios. Sé que estoy condenado a travesar las calles de Carabanchel Alto con el viento en contra una y otra vez, envejecer, escribir algunas cosas que no tienen mayor interés que el de dejar de escuchar la voz del viento, ese viento recordándome siempre y de continuo la muerte. Y sin embargo, prometo volver.
365 días de viento al año. Llevar lastre siempre en los bolsillos. He subido la escalera y miro desde lo alto, como ese personaje de El Tambor de Hojalata, y me he dejado caer rodando hasta el primer descansillo. El resultado es inmediato y perceptible: un brazo en cabestrillo y algunos días libres. Resbuscar en internet alguna oferta, de alguna agencia que me lleve al planeta de los simios. Un billete de ida. Da miedo no regresar. Da más miedo volver.
Aparentemente todo continúa igual en el planeta de los simios. Hay monos, muchos monos, y turistas, muchos turistas. Me he alojado en el hotel "El Mono Verde", sensiblemente el más económico. Es gracioso el bar del hotel y pedir una cerveza. Te atiende un mono. Siempre pone para picar un platito de frutos secos. Voy a la piscina. Los monos no acostumbran a bañarse en piscinas. Les pesa mucho el pelo y es un incordio. Así es imposible nadar. La realidad es que estas piscinas no están pensadas para el turismo interior, el de los monos, sino para el turismo exterior, el nuestro. Aquí no hace viento y hay sol. Ni recuerdo hace cuanto que no me tumbaba al Sol. Me duermo. Alguien se tira a la piscina y me salpica. Despierto. Ese despertar a lo real: no tengo dinero, ¿pero para qué volver? Sacar dinero a los turistas gracias a los monos. Antes quería ser dibujante de cómic, fotógrafo, dramaturgo, escribir poesía. Ahora solo pienso en los monos. Y de repente, como una maldición, se levanta el viento en el planeta de los simios.
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