La mujer de 50 pies de altura dispuesta a derribar una torre de alta tensión
Esperando a la mujer de 50 pies de altura
Esperando a la mujer de 50 pies de altura
Dominguet se asoma a la ventana y espera a que llegue la mujer de 50 pies de altura. Debería vérsela en el horizonte, pisoteando autómoviles y derribando edificios de oficinas. Aplastando cárceles y liberando carceleros.
Dominguet espera a que llegue, pero está seguro de que cuando se aproxime no tendrá la cámara de fotos a mano. Mujeres tan grandes asustan. Y si Dominguet se enamorara de ella seguro que moriría aplastado. Podría acurrucarse entre sus inmensos y hermosos pechos, pero pronto le faltaría aire, aire de verdad, oxigeno. Hay que considerar que una mujer tan gigantesca podría devenir en totalitaria, ¿como convencerla de que los automovilistas tienen derecho a la libre circulación, a trasladarse aquí y allá? Dominguet cree que no debe ponerse límites en el uso del coche. No. Dominguet más bien es contrario a la mercantilización del automóvil. Cualquiera si lo desea puede tener su propio auto, tan solo tiene que construírselo con sus propiar manos, asociarse con otros, hacerse con un pico y una pala, y pedir permiso a un payes para que le deje socavar su huerto en busca del petroleo. Dominguet está seguro de que la mayor parte de los automovilistas verá entonces el coche como una pesada carga, y entonces buscará un burrito y volverá a montar en bici. Y mientras tanto esperamos a la mujer de 50 pies de altura, pero nunca llega. Dominguet teme que igual no exista. Quizá sea mejor que no exista. Lo que necesita Dominguet son miriadas de mujeres de 1,40 a 1,90 metros de altura que se diseminen por callejones y grandes avenidas, parques, alamedas, sendas, autopistas. Mujeres que desciendan en balsa por el Manzanares y se encaminen a Mandril. Y si los automovilistas se siguen empeñando en atropellar a sus hijos, sus madres, tienen el mismo derecho a destrozar los coches. Las pruebas son contundentes; a los automovilistas les importa una mierda el mundo, sus propios hijos, el paseo, el aire freco y limpio acariciando sus rostros. Dominguet no va esperar más a que se acabe el petroleo y o a se legisle contra el automóvil, no va a esperar a la mujer de 50 pies de altura. Debería esperar a las mujeres de su mismo tamaño, ya están aquí, pero no, tampoco las va a esperar.
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