miércoles, 6 de octubre de 2010

El desastroso invento de Dominguet



Una de las bolitas fué hallada en el interior del craneo de este simpático dibujo animado

Notas sobre la destrucción de Mandril

Finalmente Dominguet lo consiguió. Construyó en su casa cinco bolitas del tamaño de una pelota de pin-pon. Pero no eran una bolitas cualquiera, pués curaban granos, aumentaban la inteligencia, permitían un conocimiento más allá del ombligo, volvían a uno más ágil, alegre, sin resfriarse, sin arrugarse. Poseer una de estas bolitas permitía disfrutar por primera vez en la historia del hombre, y también de la mujer, de la vejez, siendo capaces de realizar saltos mortales de espaldas sin necesitad de fracturarse la médula espinal

El experimento que realizó Dominguet con estas extraodinarias bolitas llevó a Mandril a la destrucción. Aquellos que poseían las bolitas les ocurrió que: A) Vendieron su bolita B) Les robaron la bolita C) Fueron asesinados o tetraplejizados. ¡Qué decir! ¡Un friegaplatos con una de esas bolitas se le abrían todas las puertas! Las puertas del Corte Inglés, las de los bancos, las del funcionariado, las de la percepción, y las del cementerio. Pero este ascenso meteórico de los friegaplatos culminaba súbitamente al descubrir que en su bolsillo ya no estaba la bolita. Ahá. Antes de la destrucción, Mandril vivió su edad de oro intelectual; se discutía por doquier si la bolita debería ser una mercancía más o si podría pasarse de padres a hijos, sin pagar tributos o si se debía devolver la bolita al pueblo ¿Pero quién era el pueblo? Una empresa tabacalera dijo que ellos eran Pueblo, los diputados de Mandril advirtieron que ellos eran el verdadero pueblo, un señor con gafas presentó pruebas documentales de que el pueblo era el pueblo. Vale, supongamos que esa masa sin cara y sin nombre era el pueblo ,¿y qué? No hay nada más despreciable que tratar de repartir los beneficios de las bolitas entre seis mil millones de personas. Así lo comprendió Botín y un potente computador que calculó el tiempo que le correspondería a cada ciudadano de Mandril cada bolita. El resultado fué decepcionante: cinco minutos. Y cinco minutos servían para muy poco, a lo sumo para obtener una breve iluminación o un instante de dicha. Además, el tiempo que se perdía en transportar las dichosas bolitas de un ciudadano a otro, o la creación de un cuerpo de vigilancia especial que evitara las tentaciones de los afortunados ciudadanos poseedores de sus cinco minutos de salir corriendo con la bolita para siempre, amenazaba con disparar el gasto, las pistolas y los accidentes mortales. Cuando el Estado quiso reaccionar y nacionalizar las bolitas, fué demasiado tarde, habían desaparecido. No problem, pués se destinó una gran parte del presupuesto a I+D con el fin de crear en serie estas bolitas. Lamentablemente nunca funcionaron, pero al menos permitieron a los técnicos recibir grandes recursos de la población con pocos recursos. Desde entonces hay quién ha dejado de hablar a Dominguet. Quizá hubiera sido mejor que entregara esas bolitas a sus amigos o a sus exnovias en vez de realizar el experimento. Demasiado tarde. Mandril ya no existe.

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