El hombre fuego dispone de un cajón en casa repleto de pomadas
¡El hombre fuego existe!
¡El hombre fuego existe!
¡El hombre fuego! Bajo su apariencia tímida se escondía un prodigio de la naturaleza. Un día comenzaba a arder su cabeza, y otro le ardía el corazón.
Si hubiera ardido un día cualquiera en Mandril al menos podriamos echarle unas monedas y reir al ponerse el Sol mientras sus llamas entregaban a la noche un escenario de terror y belleza. Lástima que nunca ardiera en mitad de las calles. Así pues no era tan divertido. Las llamas le envolvían en cuanto llegaba a casa y el fuego le consumía todas las noches. El espéctaculo era así, íntimo y privado. Ardía y mientras ardía solo podía arder. ¡Hubiera podido ser el hombre fuego! pero nadie lo sabía, solo ardía en cuanto llegaba a casa y se quitaba los zapatos. ¡Qué pena!¡Cuanto ha perdido la humanidad!
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