Como acabar con el suicidio de masas
Mandril ya tiene playa. El ensanchamiento de la ciudad ha llevado a la ciudad hasta el mar y la montaña. Sin embargo hay algo que inquieta a sus ciudadanos que hace que se arrojen masivamente desde sus apartamentos.
No nos estamos refiriendo al suicidio como metáfora o al suicidio colectivo a largo plazo, sino al suicidio aquí y ahora, el que se produce en estos momentos desde el piso de al lado. En los tiempos de cambio de ciclo económico y correcciones bruscas en el precio del sector inmobiliario uno no puede caminar por la acera sin la amenaza constante de morir aplastado por un hombre arruinado en caida libre. Toda la sangre que llena nuestras ciudades podría haberse evitado. Esto lo comprendí hace tiempo, el día en que ETA derribó un par de enormes edificios donde la gente guardaba sus coches en el aeropuerto de Barajas. A mi, realmente, todo lo que sea destruir aparcamientos y coches me parece bien, pero voy a tratar de no desviarme del fabuloso asunto que estamos tratando. Y así, tras el derrumbe despues de la explosión observé que de entre sus ruinas manaba lo que en el presente podría haber evitado los suicidios masivos. Me explico: como ustedes saben, el único beneficiario del derrumbe del macroaparcamiento tiene un nombre, se llama ACS, la principal constructora de Mandril, que tuvo que reconstruir de nuevo el gran aparcamiento, reportándole algunos cuantos miles de millones de euros. Uno a veces piensa que los que ocupan el poder son bastante imbéciles, uno no puede comprender como permiten que los edificios no se construyan mediante la obsolescencia programada, la fecha de caducidad, o la moda. Si los edificios se derrumbaran a los diez años de su compra y cayeran sin previo aviso contra el asfalto nunca se habría colapsado el mercado inmobiliario, nunca hubieran caido los precios, nunca ningún trabajador de la construcción habría quedado en paro, nunca pequeños compradores y pequeños y medianos promotores inmobiliarios se hubieran suicidado ensuciando las calles de nuestra ciudad. Es decir, en otras palabras; no habría sobreproducción, la palabra maldita. En tiempos de Franco se sabía construir edificios que años despues debían derribarse por culpa de la aluminiosis. Una ciudad como Mandril que se cayera abajo cada diez años estaría siempre de moda, generando dinero y empleo. Una simple fecha de caducidad en la entrada de la nueva vivienda permitiría que los inmuebles como mercancía se renovaran constántemente y sus propietarios la oportunidad de envejecer dinámicamente junto a sus pertenencias interminablemente reelaboradas
Mandril, momentos antes de que se disparara el PIB
1 comentario:
esto está mejor que Las ciudades invisibles de...como se llama, el italiano calvo.
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